No sabía por qué, pero desde los seis años, cuando se calzaba unas zapatillas de basquet y bailaba de punta, estaba convencida de ser actriz. Pasó su adolescencia en Valentín Alsina y solía enfrentarse con sus padres, para quienes significaba un disparate regresar en colectivo a su casa, a las dos de la mañana, de una clase de teatro. Pero lo logró: trabajó en teatro, cine y televisión, además de ejercer la docencia en Estados Unidos, Guatemala, El Salvador y Polonia.
Lucrecia Capello (nacida el 2 de diciembre de 1938), se formó con Alejandra Boero en Nuevo Teatro y más tarde integró el grupo Once al Sur, que dirigía su marido de por entonces, Rubens Correa. Debutó en las tablas con Sempronio de Agustín Cuzzani, a la que le siguieron Cuarta era de Giagni y Sbraglia, Sopa de pollo de Arnold Wesker, Equus de Peter Shaffer, Cristales rotos de Arthur Miller, Don Chicho de Alberto Novión y Agosto de Tracy Letts, entre más de 80 piezas. Además integró el elenco estable del San Martín y luego fue convocada para obras tan disímiles como Toque de queda de Carlos Gorostiza, Fetiche de José María Muscari, La casa de Bernarda Alba de García Lorca, Sallinger de Bernard-Marie Koltès y El burgués gentilhombre de Moliére (junto a Enrique Pinti, a quien definió como “mi hermano”).
En cine debutó en 1977 con Saverio el cruel y luego participó en films como Los viernes de la eternidad, El hombre del subsuelo, Espérame mucho, El desquite, Cuerpos perdidos, Apariencias, Vidas privadas,
La suerte está echada, Géminis, Papá se volvió loco y Las
chicas del 3°, (su último trabajo en pantalla grande). Otros la recuerdan
por ficciones de
El respeto y la consideración de los que gozó Lucrecia
Capello no sólo se debió a su proceder como profesional sino también a su
compromiso político, que la llevó a participar en los ciclos Teatro Abierto y
Teatro x