Algo más vivo que las ideas
La directora e intérprete del espectáculo que volvió al Teatro Sarmiento reflexiona acerca de la gestación y las posteriores mutaciones de esta obra que concibió y trabajó con Luis Biasotto, además de expresar algunas de las ideas que hacen al pensamiento de este dúo, fundador del emblemático Grupo Krapp, sobre la creación artística.

Carlos Furman
“Hielo negro” es el último residuo de nieve. Cuando la temperatura supera los cero grados, el blanco impoluto se disuelve. Lo que queda es una fina capa transparente sobre el asfalto, que es zona de peligro constante. No se ve, pero te puede matar. Luciana Acuña y Luis Biasotto definían en 2020 más o menos con estas palabras la imagen que daba título a su obra, que tuvo distintas versiones desde su surgimiento en 2019 hasta la del estreno en el Teatro Sarmiento en 2022, ya sin la presencia física de Luis.
Lo resbaladizo siempre fue inherente a las creaciones de estos dos artistas, fundadores del singular y emblemático Grupo Krapp, que en 2020 cumplió dos décadas de existencia. No hay certezas en sus producciones, o más bien la única certeza es la lúdica. Lo que hay son interrogantes, propuestas, puertas abiertas para que el espectador decida un camino a seguir.
Entre las múltiples referencias paisajísticas del espectáculo, en Hielo negro se habla de lagos congelados, de superficies que pueden quebrarse. Las creaciones de Acuña y Biasotto tampoco han presentado nunca límites rígidos; en realidad éstos se rompen una y otra vez y nada ya es solamente teatro o danza. Más que una disciplina específica, lo que hay es ficción impetuosa, explosión física, imaginación (justamente) ilimitada, y su última producción, por supuesto, no es la excepción.
La gestación y las distintas versiones de Hielo negro
Acuña recuerda cómo fue la génesis de Hielo negro, cuya primera versión fue gestada en Nueva York: “Nos invitó April Sweeney, del Departamento de Artes de la Universidad de Colgate, del Estado de Nueva York. Habíamos ido muchas veces con Krapp a trabajar en obras y seminarios. Esta vez nos convocaron a Luis y a mí a dar clases durante 20 días, así que él pidió una sala de ensayo para nosotros dos todos los días, seis horas, y se la dieron. Era el sueño del pibe: dictábamos las clases y el resto del tiempo nos abocábamos a ensayar. Empezamos en la nada, viendo y probando cosas como siempre con Luis, con una suave idea de lo que después iba a ser una obra”.
Ya fueron con la idea de ensayar para un dúo, algo que nunca habían hecho juntos: “Veníamos de hacer un solo en un Festival de Nuevas Dramaturgias”, cuenta Luciana. “Lo habían convocado a Luis y presentamos un ‘falso solo’; yo estaba en escena y Luis en bambalinas con un micrófono, hablando y haciendo la música que yo bailaba”, agrega. Siempre habían trabajado en grupo. “Era muy aburrido para nosotros hacer un solo; siempre fuimos más directores de estar en la escena, no mirando desde afuera”, explica. A aquel “solo” a partir del que trabajaron, Yo soy ella, le fueron sumando ideas para transformarlo en un dúo.
Todo este proceso, que consistió en principio en dos residencias en el mes de febrero en Estados Unidos, se desarrolló en el marco de un paisaje blanco, un campo cubierto de nieve, elemento fundamental en la obra. Como para ir probando qué sucedía en la situación de función, tanto al finalizar las residencias en Norteamérica como otras realizadas en Quito, Ecuador, y en La Plata, hicieron aperturas de proceso al público de las distintas versiones a las que fueron llegando entre 2019 y 2020. Siempre algo cambiaba, aunque los conceptos seguían siendo los mismos. Lo que permanecía era el final y hoy es el mismo desde la primera versión.
El plan para 2020 era estrenar Hielo negro en CABA. “Habíamos hablado con Vivi Tellas, en ese momento directora artística del Teatro Sarmiento, sobre lo importante que era esta obra para nosotros porque, en 20 años que habíamos trabajado juntos, nunca habíamos hecho un dúo, nosotros dos solos en escena”, recuerda Acuña. Y agrega: “Es una obra que habla sobre dos creadores, sobre cómo pensamos conjuntamente la creación; es también sobre la amistad porque no es que éramos socios, éramos como hermanos. Hielo negro contenía todo eso y a Vivi le había gustado la idea de estrenarla en el Sarmiento. Pero con la pandemia se paró todo. Y con la muerte de Luis en 2021, tuve dos cosas muy claras. Al día siguiente, como si me hubiese dicho “hacé esto”, decidí que tenía que cerrar Krapp con una obra final, que no fuese sólo un homenaje a Luis, sino una última obra del grupo (lo que luego fue Réquiem, la última cinta del Grupo Krapp), y terminar lo que empezamos, es decir estrenar Hielo negro en CABA”.
Pero antes de esta versión que hoy conocemos en Buenos Aires dirigida por Acuña, la quinta, hubo otra pandémica: un cortometraje, un documental apócrifo sobre el proceso creativo. Luciana describe así esta cuarta versión de la obra: “Una voz en off relata la historia de dos amigos que no se dedican a la danza ni a las artes escénicas, pero que arreglan cosas. Son muy hábiles para resolver problemas. Trabajan en uno de esos mercados 7-Eleven, después en un hotel, y luego en la universidad, donde la directora del Departamento de Artes de Colgate les pide la excentricidad de hacer una obra, aunque no sean artistas. Son ‘Gus and David’. Hay videos de ensayos de estos dos personajes, que van probando a partir de cosas que ven en esa ciudad tan particular y de lo que les pasa en la vida”. La directora de Hielo negro explica que en realidad “era apócrifo pero a la vez no, porque así era el proceso. Los videos de ensayos de ‘Gus and David’ eran nuestros videos y lo gracioso era la voz en off; resolvíamos así en escena pero no era por las razones allí expuestas. Y el corto estaba construido con fotos de las dos residencias, pero no eran fotos de escena sino nuestras, de la vida cotidiana”. El método en definitiva era el que siempre habían desarrollado con Krapp: “Inventamos el relato a partir de los materiales. Primero los materiales y después el guión. Nunca al revés”. De este documental surgió la idea de las cartas que aparecen en la última versión de Hielo negro: “Todas las cartas son el texto reformado del documental. Por ejemplo, la historia del venado, no fue que casi lo chocamos, pero sí vimos el auto del vecino con nieve y sangre, al estilo Fargo, por embestir a un venado que se cruzó. Lo del primo de Luis, Diego, que está también en las cartas, es real. Nos fue a buscar, fuimos al lago congelado que era tal cual como se describe, hicimos un muñeco de nieve, pero nunca nos animamos a caminar sobre él, aunque en la ficción sí”. En Hielo negro hay una atractiva tensión entre la realidad y la ficción; se parte de situaciones reales, y desde ahí hay un deslizamiento hacia la ficción.
La radicalidad sin hermetismo y el error como método
La versión que se estrenó en el Sarmiento fue dirigida sólo por Luciana, pero como ella explica, “necesitaba que contuviera todas las anteriores por el pensamiento de Luis. Todo el trabajo que hicimos que no llegó a decantar, las cosas que no funcionaban, sus ideas radicalizadas. Porque yo siempre fui menos radical que él. Ahí estaba el equilibrio en ese funcionamiento entre los dos: ser radicales pero no herméticos, nunca clausurar las posibilidades del diálogo con el espectador, no subestimarlo y ofrecerle un lenguaje ya decodificado, sino intentar vincularnos desde la abstracción, desde un lugar abismado, poco asequible y perplejo. Es una manera de mostrar nuestra vulnerabilidad frente a las preguntas sobre el arte, sin intentar dar respuestas ya masticadas, sino generar más preguntas e, idealmente, que los espectadores se vayan de la obra pensando que esas preguntas les conciernen. Pero eso ya es un montón”.
Ese equilibrio es el carácter propio de las creaciones de Acuña, Biasotto y en general el de la trayectoria del Grupo Krapp. Jugar e inventar las propias reglas, el propio sentido, invitar al espectador al juego, mostrándole esas reglas. También incorporar el error, el accidente, no dejarlo afuera ni darle la espalda, exponerlo y sumarlo como elemento poético, porque en las artes escénicas siempre está el peligro de que algo salga mal, o distinto a lo esperado. De hecho, Luciana cuenta que daban un seminario iniciado por Luis y luego dictado por todo el grupo, que se llamaba “El error como método”: “Trabajamos sobre el accidente, como Bacon en la pintura. Ahí hay algo más vivo que las ideas. Porque no somos creadores programáticos. Por eso nos cuesta mucho explicar nuestras obras cuando no están terminadas”. Como ese coqueteo con el precipicio de Hielo negro, hay un movimiento, un impulso de estos artistas de lanzarse al vacío, al abismo, que se vive tanto en la creación como en la expectación. En esa línea describe justamente Acuña el proceso: “Vamos entendiendo la obra a medida que van apareciendo los materiales, que hablan por sí mismos, y somos más oyentes que digitadores de las situaciones. Hay que tener esa sensibilidad de descifrar dónde está la obra”. Y en esa contingencia, en la libertad que deja lugar al error, emerge el humor, otro rasgo distintivo. “Eso es personal, nuestra manera de crear, un elemento más, que sí o sí tiene que estar para pasar rápidamente a una situación más frágil, más sensible o más seria”, afirma Luciana.
Luis en todas partes
En Hielo negro, Luis Biasotto no está presente físicamente pero está en todas partes. En ese sentido Acuña explica: “Si bien es una versión que dirijo yo sin Luis, él está también en la creación, no creo que haya nada en esta obra que no hubiésemos pensado juntos. Con el elenco actual trabajamos mucho con los videos de las otras versiones, sobre todo porque hay un clima sensitivo, medio abismado en las actuaciones, muy difícil de transmitir, casi un código que teníamos con Luis en la escena. Había un absurdo muy particular que él manejaba cercano al slapstick, sin parecerse a nada. No queríamos imitar eso, sino estar porosos para tratar de entender desde algún lugar esa actuación, para encontrarla después en cada singularidad de cada cuerpo o propuesta de movimiento, en cada frase, en cada palabra que se dice”. El dúo inicial pasó a ser en esta versión un grupo de intérpretes integrado por la misma directora, Milva Leonardi, Francisco Dibar y Santiago Gobernori, al que se suma por momentos el iluminador Matías Sendón. Luciana reflexiona sobre esta transformación: “Era imposible para mí hacer un dúo, todo me iba a faltar, no podía hacerlo con otra persona. Tenía que hacer un poco menos presente esa ausencia y distribuir esa energía en otros”. Y agrega: “No hay ninguna persona que reemplace a Luis, ni tampoco mi manera de estar en escena con él. Eso no lo voy a tener nunca más, es lo que más me costó aceptar después de su muerte. Pero hay algo en cada uno de ellos donde yo puedo encontrar una parte de él. Hice un rompecabezas y entre los cuatro estamos cerca de lo que teníamos, de esa relación. Matías ya estaba desde versiones preexistentes. Conservamos esa relación pero en esta puesta con muchísima más intensidad que antes porque ahora es el portador de esas supuestas cartas que estos creadores le hacen llegar al iluminador”. Respecto de ellos, la directora explica que “están ausentes en la escena, por más que se hable de una Luciana. Son otros dos, esos dos que fuimos”. Desde otro nivel de ficción, que estaría situado en el pasado, traen voces, pensamientos, imaginario, ficción, paisajes e ideas de muerte, que también eran de versiones anteriores.
Hielo negro aborda la muerte desde distintas perspectivas: desde la muerte en el teatro (la falsa muerte, la posibilidad de no morir o de ser invulnerable corporalmente) hasta la resistencia a ella a través del concepto de obra inacabada, de obra infinita que pasa por múltiples versiones. Acuña recuerda que en la última que hicieron con Luis incluso había una escena donde ensayaban y probaban distintas muertes absurdas y graciosas.
En las cartas, que se escuchan en off en Hielo negro, se habla del espectáculo de unos búlgaros que tenía la “chispa sagrada”, una magia especial que ese dúo que la vio anhela que suceda en toda creación. Luciana cuenta que esto surge de la experiencia y las impresiones que les dejó una producción tunecina que vieron de muy jóvenes con Luis: “La sensación que tuvimos no es la que se describe en esa carta, pero sí la de la libertad, la de que se puede hacer lo que uno quiera. Puede explotar una bomba…eso es el teatro. En ese sentido, nos interesa la posibilidad de salirnos de la norma, del sentido común, del discurso establecido”.
Luis Biasotto, Luciana Acuña y el Grupo Krapp que ellos fundaron siempre fueron a contrapelo de lo esperable, tanto en la danza como en el teatro, proviniendo sus integrantes de ambos espacios. Es lo que ha vuelto inclasificables sus creaciones y por eso tan estimulantes y exponentes de una renovación, de la sorpresa, mezcla de placer y vértigo. Como la sensación de pisar nieve acumulada y no saber cuán profunda será.
Autor: Victoria Eandi
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