Maiamar Abrodos, actriz.

PARA SER

A Maiamar Abrodos no solamente se la reconoce por su calidad artística, sino también por el invalorable aporte que, como persona, le hace a su trabajo, y que la llevó a ser una de las profesionales más requeridas y respetadas del medio teatral. Escenógrafa y vestuarista, en esta entrevista cuenta por qué, hoy, no podría ser otra cosa más que una actriz sobre el escenario.  

 

–¿Qué desafío implica para usted interpretar un personaje en la versión de un clásico como este, en este momento de su carrera?
–Como artista es un desafío inmenso. Primero porque tengo un director súper exigente, exquisito como director, muy refinado en su cultura y en su puesta, y eso es lo que exige. Fue un gran aprendizaje. Soy egresada de la EMAD como actriz, y no había hecho teatro en verso más que cuando estudié, pero todo el sistema que compone el verso fue importantísimo para nuestro trabajo. Y personalmente también. Lo podría decir así: es una reivindicación cultural de nuestra situación. Como soy una mujer trans parecería que siempre estamos limitadas a determinados roles. Y aunque soy una persona que estudió muchísimos años, en realidad es muy difícil tener esta clase de oportunidades en el teatro oficial, donde se puede hacer algo con esta calidad y este nivel, y estar como parte del elenco protagónico. En este momento de mi vida, es muy importante. Y además porque quiero trabajar. Eso. No me quiero hacer rica, no quiero ser famosa. Quiero trabajar. Soy actriz. Mi ser está en el escenario. 

–¿Cómo concilia su trabajo como actriz y su trabajo como docente?
–Encontré un vínculo que me interesa mucho, para el que siento que soy útil, porque al ser actriz miro, o consensuo, lo que hay que enseñar a nivel visual. Lo que hizo esto fue ampliarme terrenos tanto en la UNA como en la EMAD, porque no se quedó solo en el decorado o en la belleza de lo estético, sino en traducir la acción en imagen. Y me dio un campo mucho más amplio. De hecho, sé que soy una de las más elegidas en la cátedra de la UNA, porque tiene que ver precisamente con eso, con mi mirada sobre la acción y sobre entender lo que se está haciendo, que se es parte compositiva de eso mismo. Cuando se empieza a comprender eso, se comprende el universo estético que nos rodea.

Siglo de Oro trans habla sobre ser, no sobre qué ser. Y tampoco plantea una respuesta sobre cómo ser. ¿Cómo piensa que la diversidad sexual y de género modificará el paradigma de lo binario en el teatro?
–El primer paradigma de lo binario tiene que modificarse desde las cabezas y desde la educación también, porque el problema lo tenemos con los docentes. Ese es el primer paradigma de lo binario a modificar. Ser significa ser, entonces uno puede ser quien es, o quién quiere ser. Todos podríamos hacer ciertos roles, y todos tenemos derecho a hacer esos roles, pero el problema está en que pareciera que las personas trans no tenemos derecho a hacer otros roles y nos quedamos radicadas en uno. Si se abre el espectro, hay algo de la energía que es mucho más plural, y que en el teatro es donde mejor se ve. ¿Recuerda a Blanca Portillo en "La hija del aire"? No hay mucho más que agregar. Ahí había una energía completa sobre el escenario, ni masculina, ni femenina, ni nada. Estaba toda la energía en acción. Tenemos un mundo tan incorporado desde lo estético, que la estética prima por sobre lo que te ancla energéticamente. Hay roles que son claramente energéticos, y que necesitan de esa energía. Es difícil definir la energía, pero es algo que está ahí, tácito. En la docencia nos ocurre que a veces vemos una energía que aparece a simple vista y decimos: "¿cuándo la va a explotar?". Y quizás no explote nunca, porque la gente también se bifurca hacia otro lado. Eso está más allá de algo tangible, pero es muy tangible cuando está. No se puede enseñar. Está en el propio ser.

–¿El tema de la diversidad sexual y de género aún es tomado como algo "transgresor"?
–Por supuesto, porque seguimos siendo pacatos. La Argentina, a pesar de que va a adelante con un montón de cosas, tiene muchas situaciones pacatas. Los críticos tienen que cambiar su cabeza al respecto, por ejemplo. La discriminación positiva influye en el prejuicio, básicamente. Es un tema políticamente correcto por un lado, e incorrectísimo por el otro. Lo que sucede es que también nuestra sociedad tiene que ir paso a paso. Podría decir, muy claramente, que tendríamos que romper con los catálogos de todo esto: qué es, qué no es, que sí, que no, que esto, que lo otro... Estamos llenos de catálogos. Pero todavía los necesitamos, para enmarcar la situación. Pareciera que eso nos alivia. Entonces, ser una mujer cis, ser una mujer trans, ser una travesti... Es un catálogo muy sinuoso.

–¿El mundo del trabajo va en dirección a la plena aceptación de las diversidades?
-No. Si todavía tenemos problemas con lo femenino en general y los desniveles económicos al respecto, ni hablemos de las otras situaciones. En el mundo teatral, por ejemplo, esto es una oportunidad para las personas trans. Y no la tiene todo el mundo, ¿quién la tiene? A mí no me llaman para hacer el casting de ciertas obras, aunque haya papeles. Y no es crítica. Que yo no dé en el perfil de lo que quieren como actriz, perfecto. Pero hay un subtexto en nosotras detrás de eso. Y la realidad nos condena a estar limitadas. Yo creo que esta es una puerta muy grande para nuestra visibilidad. Hay que ver si esto después nos da la posibilidad de que nos propongan roles de señora común, una madre. De linda también, por qué no. Pero seguro que será de madre, de mala, de tía... Por eso también el teatro independiente es nuestro sostén, o por lo menos para mí. Me nominaron por Peer Gynt para el premio María Guerrero como Mejor Actriz de Reparto, y me decían: "¡es muy importante!". Y yo me preguntaba por qué era tan importante, trabajo desde hace un montón de años, que una vez me nominen no está mal. Hasta que en un momento caigo en que lo que consideraban importante no era mi trayectoria. Era la primera mujer trans en ser nominada para un premio en esa categoría. No lo gané, pero Dios mío, todavía estamos con esto. Ya me había olvidado del tema de lo trans, pero siempre hay algo que te hace recordar el catálogo. No es que seamos actores o actrices trans, somos actores y actrices que somos personas trans. Eso es algo contra lo que batallo. Que la gente elija en una obra cuál le gustó más, si la persona cis o la persona trans. Eso no es lo importante. En esta obra yo soy la madre de Doña Inés, soy Doña Ana, y no hay ningún relato, correlato o sustancia particular. Cuando hicimos "La viuda de Rafael" éramos Camila Sosa Villada y yo las personas trans, y después estaba Gustavo Moro, que es un varón que hace transformismo, y Jorgelina Vera. Del bloque de las cuatro amigas, las editoras no sabían quién era trans y quién no, y todas daban por sentado que la que era travesti seguro era Jorgelina Vera, que era la única cis, y que yo era la que seguramente no. Y soy recontra trans, Soy conocidamente una mujer trans. Antes me enojaba mucho con esto, pero nadie va a cambiar lo que piensa por lo que yo diga o haga. Hagamos, y aprovechemos lo que se presenta. 

–¿Y cuál es el “para qué” en su trabajo?
–Para ser. No sé qué otra cosa puedo ser. Soy actriz. Fui escenógrafa porque entonces no era quien soy. Y de esa manera me acerqué al mundo del teatro. Mi abuela era pintora, yo pintaba con mi abuela, y de ahí vinieron la arquitectura, la escenografía, esconderme detrás de las imágenes, hasta que empecé a entender que había otro lugar que tenía que ver conmigo que tenía que ocupar. Hoy no sé qué otra cosa podría ser. También me transformo con el tiempo. Una vez me encontré con Elena Tasisto y me preguntó qué estaba haciendo, y yo le dije que estaba haciendo algo que mucho no me gustaba, y medio que la esquivé. Y ella me miró a los ojos y me dijo: "nunca niegues lo que hacés, porque ahí en el escenario estás vos, y siempre hay alguien que te está mirando y merece lo mejor".

 

 

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