SOLEDAD ES TU NOMBRE

SAMUEL EICHELBAUM O LA INTROSPECCIÓN

Luis Ordaz, referente del campo teatral argentino, cuya historiografía contribuyó a fundar, dedica a Samuel Eichelbaum un capítulo en su Historia del teatro del Río de la Plata...

Luis Ordaz, referente del campo teatral argentino, cuya historiografía contribuyó a fundar, dedica a Samuel Eichelbaum un capítulo en su Historia del teatro del Río de la Plata. “Sus personajes son seres lastimados, que se atrincheran en su soledad y rara vez logran comunicarse con su prójimo”, dice el recordado investigador del autor de Pájaro de barro.

 

EL TERCERO

Con Samuel Eichelbaum se incorpora el nombre que falta para encabezar la etapa que refleja la madurez alcanzada por nuestra dramática. Mientras Francisco Defilippis Novoa da los primeros pasos dentro de la dramática costumbrista imperante, hasta descubrir la senda propia que lo lleva a la búsqueda de su teatro de vanguardia, y Armando Discépolo ahonda en las frustraciones y fracasos de los personajes del ciclo inmigratorio y penetra el desasosiego del “grotesco criollo”, Eichelbaum parte de la misma meta y debe transitar por la historia, e impone una nueva manera de indagar en los seres hasta desentrañarlos y poner ante el espectador, algo azorado por las audacias, los laberintos psicológicos en los que se pierden y a veces se reencuentran.

 

Samuel Eichelbaum nació “en un kibutz entrerriano” de Villa Gobernador Domínguez, el 14 de noviembre de 1984. “Mi padre era chacarero más nunca fue hombre de trabajar la tierra, ya que era mecánico de la armada rusa”, certifica Eichelbaum. A los trece años ya tiene escrita su primera pieza, a la que nombra El lobo manso, que al parecer, y según otras informaciones, ha producido a los siete años. Lo cierto es que tiene doce cuando hace una escapada a Rosario, con el objeto de intentar la colocación, en algún teatro de dicha ciudad, de El lobo manso, sin resultado. Recién habrá de ponerse en contacto con el público cuando, a los dieciocho, un conjunto de aficionados de la colectividad judía le estrena Por el mal camino, traducida al ídish. Aunque la verdadera iniciación oficial sucede en 1919, sobre un escenario porteño.

 

Desde entonces no cesa su creación dramática, que se dedica de manera primordial a abordar conflictos de “conciencias y subconciencas”. Según establece Bernardo Canal Feijóo, “en el drama eichelbaumiano sólo acontece en sustancia una cosa. ¡Pero de qué envergadura! Es siempre una historia de seres, que, de pronto, en un momento dado, se descubren, se encuentran a sí mismos”. En cuanto a influencias, el propio Eichelbaum señala, con notable fastidio, que según se producen los estrenos de sus obras, los críticos hablan de Eugene O´Neill, Charles De Peyret-Chappuis, de Henri-René Lenormand, de Antón Chéjov. De la Guardia nombra a los tres grandes padres indudables de Eichelbaum: Dostoievski, Ibsen y Strindberg. Argumenta: “Del primero, tiene el largo sondeo psicológico, del gigante noruego, una inclinación al “teatro de ideas” y su misma confianza en un mundo donde impere el “espíritu de la verdad y la libertad”, del trágico de Danza macabra, la amarga densidad de sus personajes. Es de destacar que Eichelbaum no necesita evadirse de su ámbito (el país, el medio, la gente). Es un fino rastreador, aunque no de almas simples y fáciles de transitar. Mondy Eichelbaum, su hijo, rechaza que el teatro de su padre sea calificado como meramente psicológico. Insiste en que es “existencial”, pues “sus personajes tienen todas las dimensiones de la persona, como individuo y como ser social”. Sucede que lo denominado “psicológico” en nuestra dramática queda por lo común en lo más exterior, sin alcanzar nunca los planteos de esencia y existencia a los que llega Eichelbaum. “Cualquier suceso, por insignificante que sea, me induce a bucearme obstinadamente”. De ese origen profundo parten ciertas resoluciones tomadas por los personajes, que escapan a lo simplemente psicológico, pues contienen, a la vez problemas de integridad, de conducta. Son seres lastimados, que se atrincheran en su soledad y rara vez logran comunicarse con su prójimo. Los personajes eichelbaumianos hablan mucho, es cierto,  a veces con exceso, pero sucede que todos parten de una misma raíz agónica. Son seres razonantes en conflicto, pues siempre tienen algo en su espíritu que los perturba y necesitan manifestarlo, de manera exhaustiva e irrefrenable, para poder seguir viviendo. Aún en sus errores y sus miserias, poseen una integridad humana que apasiona y conmueve.

 

(*) Fragmento de Historia del Teatro en el Río de la Plata de Luis Ordaz, Capítulo 11: “Samuel Eichelbaum o la instrospección”, págs. 333 a 369, Buenos Aires, Argentores, 2010.

 

 

 

RADIOGRAFÍA DE UN AUTOR

 

Samuel Eichelbaum nació en Domínguez, provincia de Entre Ríos, el 14 de noviembre de 1894 con una definida vocación por la dramaturgia: a los doce años se escapó de Rosario, Santa Fe, para buscar productor, director o compañía teatral que quisiese representar El lobo manso, sainete que terminaba de escribir y que nunca pasó de manuscrito. En 1911, la compañía teatral israelita Guttentag estrenó, traducida al ídish, su obra Por el mal camino. Un año después Eichelbaum hizo su presentación oficial como autor teatral con La quietud del pueblo, obra en un acto representada por la compañía Muiño-Alippi. Sus temas predilectos giran en torno de conflictos de conciencia (“Soy un maniático de la introspección”, se autodefinió en 1928). Sus protagonistas son razonadores implacables, obsesionados por conocerse y conocer a sus antagonistas, a la manera de Strindberg e Ibsen. Eichelbaum fue también narrador (Un monstruo en libertad, Tormenta de Dios y El viajero inmóvil se titulan los tres libros de cuentos publicados respectivamente en 1925, 1929 y 1933), periodista, crítico y director teatral, promotor de conjuntos teatrales independientes y diplomático. En 1967, año de su muerte, su producción dramática totalizaba 33 títulos estrenados, algunos escritos en colaboración. Siempre a contrapelo del gusto del público e indiferente a la tiranía de la taquilla, su teatro se alejó de los sainetes, las piezas costumbristas y las “comedias brillantes” de su tiempo. En su producción dramática se destacan La mala sed, El ruedo de almas, Cuando tengas un hijo, Soledad es tu nombre, Un tal Servando Gómez, El gato y su selva, Tejido de madre y Un guapo del 900.

Autor: Por Luis Ordaz

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