LA VERSIÓN FIRMADA POR DIEGO LERMAN Y MARÍA MERLINO DE LA PIEZA DE IBSEN QUE SE PRESENTA EN EL TEATRO SARMIENTO PERMITE REFLEXIONAR ACERCA DE CÓMO Y PORQUÉ ADAPTAR UN CLÁSICO EN NUESTROS DÍAS, AL TIEMPO DE COMPROBAR LAS LÍNEAS DE CONTINUIDAD O DISRUPCIÓN EN EL TRABAJO DE UNA DUPLA QUE VIENE OFRECIENDO ESPECTÁCULOS SINGULARES EN LA ESCENA PORTEÑA.

Foto: Carlos Furman

Por Victoria Eandi


María Merlino y Diego Lerman trabajan a cuatro manos, pero logran un estilo tan singular que los distingue en la escena porteña como si fueran uno solo. Juntos han realizado obras que comparten el mismo aire de familia, quizás porque han creado una (real) fuera del escenario. Es así que conformaron Flor de un día, compañía que nació en 2008 con el objetivo de investigar el lenguaje teatral y crear espectáculos artesanales, y con la cual han estrenado tres unipersonales: Nada del amor me produce envidia, Qué me has hecho, vida mía y ¿Cómo vuelvo?, éste último basado en textos de la escritora Hebe Uhart.

 

En los tres espectáculos, con sus similitudes y diferencias, Lerman y Merlino, gracias al delicado abordaje de los textos –que se alternan con canciones que interpreta la actriz magistralmente–, al ritmo que le imprimen y a los matices que despliegan, consiguen crear climas sumamente íntimos, historias y atmósferas que se van tejiendo delicadamente, pero con sus tensiones y distensiones. Hay un claro entendimiento mutuo que genera una sensación de fluidez en el relato, un apacible viaje, aunque con sus vaivenes y oleajes…

 

Y así, esta vez junto a Pitrola, Merlino y Lerman han desembarcado en el Teatro Sarmiento con La dama del mar (lo que atrae y espanta al mismo tiempo), una versión muy libre de la pieza homónima de Henrik Ibsen de 1888, dirigida por el mismo Lerman. Merlino es Élida, la dama del título, y la acompañan en el elenco Marcelo Subiotto, Esteban Bigliardi, Flor Dyszel y Mario Bodega.

 

Si bien se trata de una obra interpretada por un grupo de actores (y no un unipersonal), y aunque realizan por primera vez una versión de un clásico, hay una continuidad en la poética de Lerman-Merlino. Un elemento clave en dicha continuidad es apelar otra vez al cine, ya que no sólo recurren a La dama del mar de Ibsen como texto “fuente”, sino también a la transposición fílmica homónima de Mario Soffici de 1954, protagonizada por Zully Moreno. Invitando al cruce entre géneros –Diego Lerman es a su vez director de cine–, tanto en éste como en sus espectáculos anteriores la presencia del lenguaje audiovisual es manifiesta. Así también, en Nada del amor…y Qué me has hecho… aparecen las clásicas divas argentinas. Merlino tiene una habilidad especial para rescatar y adueñarse del estilo de actuación de la época dorada del cine nacional, apropiándoselo con una mezcla de ternura y pasión conmovedoras. Además, su voz tan singular contribuye a evocar las de aquellas actrices, que solían cantar en la mayoría de las películas en las que participaban. No es el caso de Zully Moreno en La dama del mar, pero en la obra dirigida por Lerman se aprovecha este detalle para darle una vuelta de tuerca e incorporar una canción en noruego entonada por el personaje de Élida.      

 

Esta vez el desafío para la actriz es oscilar y establecer diferencias y puntos en común entre la Élida de Soffici y la de Henrik Ibsen, autor que aparece en escena como una suerte de fantasma que discute con el cineasta sobre cómo interpretar su obra casi 70 años más tarde en un país tan lejano a Noruega, así como sobre la esencia del teatro y del cine (las dos disciplinas entre las que pivotea la obra). Todos los actores tienen más de un personaje, ya que este espectáculo presenta tres niveles: el de la obra de Ibsen y sus referentes míticos; el de los años ’50 en estudios de filmación locales; y otro, más contemporáneo, en el que una investigadora postula teorías (bastante alocadas) alrededor del punto de inflexión que representó en la carrera de Soffici llevar a la pantalla grande esta obra. Más inclinado a un cine social, resulta llamativo que eligiese esta pieza de Ibsen, anclada en conflictos interiores, llena de símbolos y atravesada por elementos folklóricos y fantasiosos de Noruega, y la abordase en el típico código actoral caracterizado por gestos ampulosos, lenguaje amanerado y uso del “tú”.

 

Los tres niveles se van entremezclando cada vez más a medida que avanza la obra, que no es simplemente una adaptación del texto de Ibsen, sino también una aproximación desde el teatro al lenguaje cinematográfico y a la naturaleza de las transposiciones de la literatura (en este caso, dramática) al cine. Pero fundamentalmente, sobre qué significa adaptar un clásico, por qué se sigue eligiendo representar determinadas obras, por qué hoy aún, más de un siglo después, interesa la producción de un dramaturgo que para nosotros proviene del fin del mundo.

 

“El descubrimiento azaroso de este cruce entre Soffici e Ibsen se convirtió en el principal motor desde donde establecer un punto de partida para esta versión”, explica Lerman. “Este hallazgo nos permitió elaborar la dramaturgia a través de capas temporales, espaciales y narrativas superpuestas, quizás algo no tan diferente de lo que le sucede a Élida con su pasado y su inconsciente. En definitiva, apropiarse de un clásico es también entrar en ese diálogo infinito con aquello que irradia y pensar cómo nos interpela hoy”.

 

Ibsen es para nosotros “lo extranjero”, igual que lo es para Élida ese marino extraño cuyo recuerdo la persigue un poco dionisíacamente; igual que lo es para Zully el propio Soffici y sus exabruptos. ¿Qué modo se elige para acercarse a este material? Para Lerman el modo de abordaje elegido fue evidentemente atravesado por la categoría de “lo sublime” sugerida en el texto; ese sentimiento paradójico de atracción y espanto, algo inmenso que nos domina y nos estremece.

 

Como la costurera de la primera obra de Lerman y Merlino, Élida también debe elegir. Y sólo cuando lo puede hacer voluntariamente (ahí parece radicar gran parte de la dramaturgia ibseniana) se resuelve el conflicto. De hecho en esta versión el acento está especialmente puesto en la importancia de la voluntad personal, eludiendo así el final más conservador planteado en la obra de Ibsen.

 

Y de elecciones estéticas, que conllevan a su vez decisiones ideológicas, trata también La dama del mar (lo que atrae y espanta al mismo tiempo). En esta línea, Lerman se pregunta: “¿Cómo es que un director de cine decide hacer una película y no otra? Un misterio. ¿Existe la casualidad en estas elecciones? Y nuevamente la pregunta sin respuesta: ¿Por qué Soffici hizo esa adaptación? Este interrogante finalmente no es más que un MacGuffin hitchcockeano que propone elaborar distintas hipótesis más cercanas al terreno de la imaginación y el juego que al de la veracidad histórica. Es que son finalmente el ensayo y los modelos de representación los que me han resultado atractivos trabajar, haciendo hincapié en evidenciar la artificialidad de la construcción de ficción y exponiendo sus convenciones en escena, como así también la caótica y bizarra mezcla de los cruces de los universos planteados y finalmente su deconstrucción”.

  

LA DAMA DEL MAR (LO QUE ATRAE Y ESPANTA AL MISMO TIEMPO)

de Henrik Ibsen, en versión libre de Diego Lerman, Marcelo Pitrola y María Merlino.

Dirección de Diego Lerman.

Jueves a sábados a las 21. Domingos a las 20.

Última función: domingo 2 de octubre.

Teatro Sarmiento