ENTREVISTA CON TERESA DUGGAN SOBRE “LOS GESTOS DE LA SAL”

“El estado creativo es un estado de gracia”

La coreógrafa y directora se refiere a su formación como bailarina, al puente que tendió entre la danza y la narración a lo largo de su producción, y al proceso creativo de la obra que presenta el Ballet Contemporáneo, basada en un cuento de Alejandra Kamiya incluido en el libro "El sol mueve la sombra de los cosas quietas".

Foto: Gustavo Gavotti

 

Por Victoria Eandi 

 

“Si no sopla el viento, es imposible saber si el tiempo pasa o se ha detenido, si uno está vivo o muerto”. Así comienza Los gestos de la sal, el cuento de Alejandra Kamiya en el que se basa la nueva obra de Teresa Duggan que estrena el Ballet Contemporáneo en un espacio inédito para el cuerpo estable de danza del San Martín: el Teatro Regio. El movimiento está implícito en esa frase de la autora argentino-japonesa, así como en el modo de estar en el mundo de la coreógrafa, quien afirma: “Me autopercibo japonesa”. Mientras prepara un té de la India de una planta sagrada y sanadora llamada Tulsi, se disculpa por el desorden de su casa, repleta de objetos que provienen de viajes, obras y talleres; pero aclara que el desorden y la asimetría implican movimiento, mientras que el orden y la simetría, más propios de Occidente, connotan estatismo. Se deleita recordando sus viajes tanto a la India como a Japón: “Todo lo estético que me identifica es japonés; me resulta fascinante, todo tiene allí una razón de ser. Y mi parte espiritual es de la India; es un lugar donde siento que mi espíritu está más en contacto con lo sagrado, lo devocional. Siento un enorme bienestar y protección en ese país”. Y hay otra cultura con la que está ligada y que la representa, que se manifiesta en su mismo apellido, la irlandesa: “Reconozco en mí la ironía y el humor negro de los irlandeses, pero trato de armonizarlos. Visité el pueblo de mi familia, Ballymahon, y aunque no quedaba nadie, porque cuando vinieron mis bisabuelos allá sólo quedaron hermanos que no tuvieron descendencia, sentí estando ahí la sensación de pertenecer a una familia con un enorme coraje, que decidió irse a tierras tan lejanas, con un idioma desconocido. Pensé ‘qué lindo que tengo ese coraje en mi ADN, ese arrojo, ese espíritu aventurero’”. 

 

Descubrir la vocación casi por casualidad

Duggan creció en el pueblo al que su propia familia le dio nombre, cerca de San Antonio de Areco, en una familia de diez hermanos, y reflexiona sobre lo inusitada que fue la decisión de ser bailarina y sobre su recorrido formativo: “Fue muy singular que se me haya despertado la danza como vocación, ya que siempre estuve más relacionada con el campo, los caballos; mi papá fue polista. Vine a Buenos Aires después de terminar la secundaria y acá empecé a estudiar danza, medio por casualidad. Al lado de casa había un gimnasio, la profesora me preguntó si había hecho danza porque tenía condiciones, y lo bueno fue que la escuché. Una de mis hermanas es amiga de Sofía Ballvé y, gracias a ella, tomé mi primera clase con Ana Itelman. En ese momento sentí que eso es lo que la vida me tenía preparado, como una bella durmiente que la danza besó y así despertó ese aspecto latente. Después estudié en Nueva York, reforzando mi vocación. En Estados Unidos bailé en el festival Jacob’s Pillow, y más tarde en el Festival de Avignon. En Norteamérica aprendí la técnica y a coreografiar, así que cuando volví creé mi compañía Duggandanza y empecé a dar clases, algo que me fascina también. La danza me hace vivir la vida más feliz. Es un gran regalo dedicarse a lo que una ama”.

No es la primera vez que Duggan trabaja en el Teatro San Martín. Además de ser maestra de composición coreográfica en el Taller de Danza Contemporánea, hay un precedente con el Ballet, la obra Dos pétalos, en la que ya indagaba en la cultura japonesa, basándose en el cuento El espejo de Matsuyama e incorporando los tambores Taiko. 

 

Coincidencia mágica

En el caso de Los gestos de la sal hubo una coincidencia un poco mágica, que responde al hecho de que las obras trascienden a los artistas, quienes pueden conocerse a través de ellas sin haberse visto nunca. “Había leído cuentos de Kamiya y me gusta mucho su manera poco adjetivada que al mismo tiempo crea toda una atmósfera, un paisaje, una puesta en escena. Leo sus cuentos, se me arman los escenarios y la emoción me atraviesa”, destaca Duggan. Y recuerda: “Unas alumnas que hacen talleres literarios y a quienes les encanta Alejandra, me avisan de una charla que iba a dar en Olivos. Voy al encuentro y al finalizar me acerco con su último libro para que me lo firme, y cuando le digo que soy Teresa Duggan, no lo podía creer. Me dice que veía todo lo mío, que hizo danza Butoh… Fue como un despertar; alguien a quien yo admiraba, resulta que también me admiraba. Había que hacer algo con ese sentimiento mutuo”. 

Y así nació la coreografía que interpreta el Ballet Contemporáneo: “Yo había leído Los gestos de la sal; todo pasa en una salina venezolana, en la cercanía del mar, pero yo decido traerlo a nuestras salinas del norte argentino y me quedo con la historia de amor y la mezcla de sencillez, profundidad y belleza que tiene el relato. Al leerlo, se me armó el paisaje de mi infancia, el campo y los vínculos que allí surgen tan distintos a los de la ciudad, el mismo colorido, la amplitud del paisaje. Así que le fui imprimiendo nuestro folclore”. Pero, agrega, “está también lo japonés; el cuento no lo es pero está contado así. Tanto la autora como el músico que convoqué son de madre argentina y padre japonés. Gingo Ohno compone una música que tiene elementos japoneses y de nuestro folclore. Y en definitiva, todo lo andino y lo japonés tienen muchísimo que ver; por ejemplo la música andina es pentatónica como la japonesa. Están entrelazadas sin tener que forzarlas”.

 

Una mamushka de hadas e interpretaciones

Duggan no buscó montar una recreación del relato de Kamiya: “Ella escribió un cuento, a mí me quedó una primera impresión, otro cuento es lo que después trasladé al Ballet, que a su vez hace su interpretación, y otro cuento se lleva el espectador, como una mamushka. Cada uno percibe lo que le resuena o moviliza. Para la puesta en escena Alejandra grabó con su voz algunas partes; quiero que el público se lleve también la narración de primera mano con la palabra hablada. De alguna manera en la obra estamos los tres entreverados: la escritora, el músico y yo”. Y concluye: “Quedó como una especie de mini ópera latinoamericana, con texto, música y escenografía. Hay muchos elementos narrativos y muchos lenguajes. A mí me interesa lo plástico, la belleza del objeto, que también es un desafío para los bailarines. Los pone en un lugar diferente y les suma otra dimensión. Persigo la belleza transformadora, pero no la decorativa”. 

En cuanto a las modificaciones en la versión de Duggan, aclara que, si bien en el cuento original no existían, ella decidió agregar “unas chamanitas, unos seres que creé y crié para esta obra.  Me gusta trabajar con los símbolos. Son como espíritus de la salina, haditas, que al mismo tiempo son las que mueven el espacio, el destino que une esta pareja, una suerte de sostén. Estas dos hadas eternas han pasado por muchas historias de amor. Se trata de esa fuerza mayor, la naturaleza, Dios o lo que sea, ya que creo que hay algo superior que nos sostiene, y quería corporizarlo. Todos pertenecemos a una misma trama. Ellas manejan el aire, sus plumitas traen a la pareja. Además, incorporo los piletones de la salina y otros objetos, que alguien tenía que mover. Ellas tienen ese poder de modificar lo que las rodea, que se manifiesta como resolutivo en la escena. Me fascina cuando el espacio escénico va mutando, aparecen muchos escenarios en uno, como la simultaneidad de la vida”. 

Cuando Duggan habla de hadas, vuelve  a la charla el aire irlandés de sus antepasados, con toda su mitología feérica. Es que a fin de cuentas el folclore atraviesa todos los pueblos con figuras arquetípicas. “En Japón están los fantasmas y las hadas kamis. El folclore me gusta como algo que está en la tierra, el aire, el paisaje. En la misma línea, no es puro lo que pasa en la obra”.       

Lucía Bargados y Daniela López representan en el primer reparto a estos seres mágicos, “y han tenido una comprensión increíble de esos personajes”, afirma Duggan.  Y agrega: “Trabajé con imágenes y muestras de movimiento, pero quería que la interpretación saliera de las ideas o conceptos que les transmitía, no era que no lo podía marcar, pero me parecía más interesante que surgiera del propio tejido, que se apropiaran ellas de esas imágenes. Eso tiene más sentido que pasarles la coreografía. Y éste es sólo un ejemplo del lujo que fue crear con todos los bailarines; yo le doy la bienvenida a lo que ellos aportan, porque es muy rico, ya que ‘creación’ es justamente aquello que todavía no existe. Y además los bailarines del Ballet siempre hacen lucir el trabajo del coreógrafo”.   

   

 

El relato de la danza

La producción de Teresa Duggan está muy atravesada por lo narrativo. En los últimos años creó obras de danza como Las Bernardas, basada en la pieza de Lorca y Su Frida viva la vida, en torno a la artista mexicana. Pero no siempre fue así. “Cuando empecé a bailar, para mí el argumento era el movimiento”, recuerda. Cabe destacar que en Nueva York estudió nada menos que con Merce Cunningham, exponente de la autonomía de la danza respecto de lo narrativo y musical y del purismo en el movimiento. Duggan explica este viraje: “Tuvo que ver con una instancia de madurez en la carrera en la que me incliné hacia lo narrativo. Sin embargo, los objetos y la luz siempre me interesaron. Fueron también mi lenguaje.  Esto confluyó con la decisión de cursar la carrera de régisseur; ahí me empezó a interesar la totalidad del espectáculo, el relato”. 

En ese sentido, en Los gestos de la sal Duggan desarrolló la propia dramaturgia de la coreografía respetando la cronología del cuento, incorporando personajes, como las ya mencionadas haditas, y profundizando en los caracteres de los ya existentes. La pareja protagónica conformada por Atanasio y Petra (interpretados en el primer reparto por Fiorella Federico y Rodrigo Etelechea) fue especialmente analizada por Duggan: “Kamiya vino a algunos ensayos y yo le iba contando cómo veía a los personajes. A Atanasio me lo hacía un poco perturbado, un apasionado que le busca sentido a la vida, alguien que tiene la sensibilidad para imaginar que una flor es el regalo más hermoso. Él es más denso en contraposición a Petra, que es liviana y lo aliviana a él. Porque la alegría aliviana y la tristeza pesa. Esta densidad se transforma en una sonrisa cuando se encuentran; Petra le hace bien a Atanasio, le da esperanza a su vida, por sobre el trabajo, el tedio, la repetición”. 

Evitando la pantomima narrativa típica del ballet clásico, Duggan trabajó imágenes sugerentes y simbólicas como la de las rosas y los vientos, que a Kamiya le gustaron tanto que le dieron ganas de reescribir el cuento. También le pidió a la autora que le leyera ella misma el relato a los bailarines antes de comenzar los ensayos, y luego seleccionó las frases que Alejandra grabó para la obra, con dirección de Duggan, y así enriqueció el espectáculo con esa dimensión de oralidad, vital en la cultura andina y en el folclore de todos los pueblos: “Si lo hacía todo representado como estaba en mi cabeza, faltaba esa fuerza. No quería simplemente remitirme a la palabra escrita y que fuera todo baile y música, me faltaba la voz. Y la palabra también es cuerpo. Pero no va el cuento por un lado y una ejemplificación en imágenes y movimiento por otro. Es un híbrido”.  “Kamiya no vio la última parte –confiesa–, porque está bueno que tenga su sorpresa”. 

 

El pez dorado (y sagrado)

“Alejandra dice que los cuentos la persiguen, mientras que a mí me persiguen las imágenes”, declara Duggan. Y agrega: “Sigo intuitivamente a ese pez dorado, cuyo origen es misterioso. El estado creativo es un estado de gracia. Creo que cuando estoy creando, hay algo que no es mío, es una fuerza mayor, esas hadas o musas. Hay una terceridad, algo muy superior a mí misma que dejo que fluya, desde una enorme alegría y entusiasmo. No concibo la creación desde un lugar trabajoso o agotador, sino que llego a ciertos lugares de una manera mágica”. 

Duggan vive entonces la instancia en que se desenvuelve la creación dancística como un momento sagrado: “Lo que yo practico tiene más que ver con lo sagrado que cada uno tiene, que con la competencia o el esfuerzo. No necesariamente hay que tener técnica para llegar a un lugar sagrado propio. La danza está muy ligada a la técnica, pero las danzas sagradas vienen existiendo por los siglos de los siglos. La habilidad técnica te da material, más libertad de movimiento porque brinda herramientas, por ejemplo, para girar y no caerse. Pero el giro es a su vez algo propio de los niños; que te hagan girar, marearse, perder el control, son todas sensaciones hermosas y muy primarias, no ligadas con el pensamiento racional. La primera danza sagrada es la que hicimos en el vientre de nuestra mamá. Por eso me interesó este cuento, porque ahí también hay algo sagrado que es el amor y la unión”. 

 

+ info de Duggan + Berrueta

INFORMACIÓN IMPORTANTE PARA EL DÍA DE LA VISITA: