JAVIER DAULTE SOBRE “CARNICERA”

“Las realidades inventadas pueden volverse algo siniestro y peligroso”

Teorías conspirativas y fanatismo son los temas que aborda la más reciente producción del director y dramaturgo argentino, estrenada mundialmente en 2021 en Barcelona y que ahora se conocerá en Buenos Aires. En las líneas que siguen, el autor y codirector de la pieza que se presenta en el Teatro Regio comparte el proceso de creación de su más reciente producción, que pone el foco en el peligro de “una verdad que busquemos inventar y creer”

Carlos Furman

Por Javier Daulte

 

La escritura

Carnicera es el producto de un encargo. En 2020 una productora de España me comisionó para que escribiera una obra para estrenar en la sala La Gleva de Barcelona. El único condicionamiento era que el elenco no superase los cuatro intérpretes. Fuera de eso, contaba con completa libertad en cuánto a tema, tono y género.
Fueron dos los elementos que confluyeron en mi imaginación y que encendieron la mecha de la escritura.
El primero, la imagen de Porcia, empleada de un frigorífico industrial cumpliendo su turno en soledad, faenando carne mientras le habla a una “presencia” que merodea escondida desde hace días en ese sitio frío e impersonal. 
El segundo elemento, de orden más conceptual, tenía que ver con cierta idea de la actuación. 
Cuando hablamos de actuación, nos referimos al arte que se despliega en escenarios y rodajes. Pero en este caso, pensé en la actuación fuera del contexto que la legitima. Me refiero a la actuación que nos hace creer, dentro de la realidad que habitamos, algo que no es cierto. En definitiva, la mentira, su poder de sugestión y sus consecuencias.
Aparecieron así los otros tres personajes que completan el paisaje humano de la obra: Auber, Tania y Nahuel. Auber y Tania pertenecen a una organización que está tras los pasos de El Cerdo, un terrorista gastronómico. Nahuel es un joven afable que visita a Porcia de vez en cuando.
El resultado, dicho en pocas palabras, es una obra acerca del Bien y del Mal y de cómo esas dos categorías son intercambiables de acuerdo a la verdad que queramos inventar y creer.
La obra fue escrita en plena pandemia. Y estrenada en Barcelona bajo la dirección de David Teixidó en junio de 2021, cuando los teatros apenas empezaban a volver a funcionar con más protocolos que espectadores.
Estando ahora ensayándola y al tiempo que escribo esto, reflexiono acerca de cuánto y de qué modo la pandemia operó en el proceso de creación del texto. No es muy difícil detectar esa influencia: se trata de las teorías conspirativas que se yerguen con una velocidad y solidez alarmantes cuando emergen situaciones casi imposibles de comprender. Cuando los hechos se presentan de manera brutal y disruptiva alterando nuestro equilibrio social, económico, anímico y mental, buscamos desesperadamente un relato que ponga en orden todo ese caos, y en cuanto encontramos uno, nos aferramos a él con todas nuestras fuerzas. Es decir, que creamos creencia. Y esa creencia empieza a tener la fuerza de la realidad. Que la pandemia se produjera en la época del auge de la post verdad, hizo que el fenómeno alcanzara incontables niveles de lectura. Cualquier “verdad” era válida; solo necesitaba de “creyentes” para consolidarla como tal.
Sin embargo, y aunque parezca algo inverosímil, durante el proceso de escritura de Carnicera, en ningún momento fui consciente de que mi proceso de trabajo estuviera influenciado por las circunstancias que acabo de mencionar. Por lo que puedo afirmar que Carnicera no tiene nada que ver con la pandemia. Aunque tampoco puedo negar que el contexto (como siempre) hizo de las suyas.


La producción en España y en Argentina

Como ya dije, había escrito Carnicera para que se estrenase en España. No era la primera vez que un texto mío se estrenaba primero en ese país y luego en Argentina. Así ocurrió con 4D Óptico, Automáticos, La Felicidad, ¿Cómo es posible que te quiera tanto? y Las irresponsables. Solo dos de estas obras no fueron dirigidas por mí en ese país: Las irresponsables y Carnicera. Esas circunstancias condicionaron mi escritura de manera singular y en varios sentidos. Uno de ellos tiene que ver con el tema del localismo. Las obras enumeradas más arriba no transcurren en Argentina. Era (y soy) de la opinión de que los localismos podrían estorbar la apreciación de esas piezas. 
Tampoco me propuse crear obras “españolas”. Por mucho que haya trabajado en España, no estoy atravesado por la idiosincrasia de ese país en medida suficiente para escribir un texto “español”. Es por eso que ese puñado de obras transcurre en “cualquier lugar”. En ese sentido, el proceso de creación, es por lo menos curioso: no escribo las obras en argentino, sino en español correcto. Eso me ayuda a quitarme de la cabeza la musicalidad de la actuación y del teatro argentinos. Al principio implica un gran esfuerzo. Escribir y pensar en castellano correcto es tan complicado como escribir y pensar en cualquier otro idioma que no es el propio. Pero poco a poco se va generando una nueva musicalidad que me permite visualizar a los personajes y sus modos. Luego, llegado el turno de montar esas obras en Argentina, me veía obligado a una nueva y curiosa operación: retraducirlas al argentino. Ese ejercicio de ir y venir con la musicalidad de los textos me ayudó a enriquecer los materiales de maneras, por lo menos, originales.
Decía que solo en el caso de Las irresponsables y de Carnicera las escribí a sabiendas de que no sería yo quien dirigiría esas obras en su estreno en España. Pero Las irresponsables estaba en mis planes (con elenco incluido) para estrenarla bajo mi dirección en Buenos Aires, tal como sucedió el año pasado. 
Carnicera es, desde todo punto de vista, una experiencia diferente a las demás. Es más, ni siquiera había fantaseado con la idea de montarla en Argentina. 


La codirección

Con Mariano Stolkiner nos conocemos más de lejos que de cerca desde hace años. Como colegas que somos, amablemente nos saludábamos cuando coincidíamos en algún estreno. Pero nada más. Fue durante los duros meses de encierro del 2020 que empezamos a tratarnos más asiduamente. Yo le envié un mensaje agradeciéndole todo lo que estaba haciendo desde Artei (la asociación que nuclea a muchos de nuestros teatros independientes y a cuya Comisión Directiva Mariano por entonces pertenecía).
Realmente el trabajo que esa institución llevó adelante durante la cuarentena es encomiable. Sus integrantes no solo buscaron soluciones a los problemas que a los dueños de sala nos acorralaban, sino que también funcionaban como contenedores emocionales de angustias diversas. Fue en ese contexto que le envié a Mariano aquel mensaje agradeciendo y solidarizándome con su labor. Ese mensaje derivó en un intercambio de pareceres y surgieron afinidades previsibles y otras impensadas. Apenas se abrió la posibilidad de reunirse con los recaudos que dictaban los protocolos, nos juntamos en el bar del Callejón. En esa primera charla presencial surgió el nombre de Juan Coulasso (responsable del Espacio Roseti), a quien yo aún no tenía la suerte de conocer y que se sumó a lo que fue una serie de encuentros allí mismo, en el bar del Calle. Se entabló entre los tres una complicidad más que necesaria y una inesperada red afectiva. Compartíamos no solo nuestras inquietudes como responsables de salas independientes, sino como artistas. Y fue en ese contexto que les di a leer todo lo que estaba escribiendo por entonces, desde ensayos y artículos, hasta nuevas piezas de teatro. Cuando les pasé Carnicera, la apreciación que ambos hicieron del material resultó un fundamental estímulo para afianzar la escritura. Semanas más tarde Mariano, tímidamente, me dijo: “Yo sé que vos dirigís siempre tus textos. Pero no quería dejar de decirte que me encantaría dirigir Carnicera”. Le respondí casi sin vacilar: “Encantado de que lo hagas. No tenía pensado montarla”. 
Tiempo después conversamos acerca de cómo podía llevar adelante el proyecto y en un momento surgió la idea de la codirección y de presentarla en el San Martín. Nos reunimos con Jorge Telerman, quien por entonces estaba al frente del Complejo, y la propuesta fue bienvenida. Después de algunas idas y vueltas terminó programándose bajo la actual gestión para el Teatro Regio. 
Codirigir es algo que no me es ajeno. Siempre la idea de la colaboración entre pares me resulta atractiva. Sentía que la mirada de otra persona sobre el material sería muy nutritiva. Empezamos a barajar nombres para armar el equipo de colaboradores y elenco. Mariano fue el que mencionó antes que yo a mi hijo Agustín para el papel de Nahuel (que ya lo había encarnado en la versión de España para la que fuera especialmente invitado). Creo que una de las decisiones más interesantes que tomamos en ese momento fue cambiar la franja etaria de los personajes de Auber y Tania. En la versión original el texto pedía que esos personajes tuvieran no más de treinta años. Llevarlos a la mediana edad le brindaba, a nuestro modo de ver, algo más potente a la obra. 
Hoy estamos ensayando la obra en la sala donde la estrenaremos. Redescubrir un texto propio en el proceso de montaje entra, para mí, en la categoría de lo mágico. Es cuando realmente empiezo a entender lo que escribí. Y sin la mirada de Mariano, que me ayudó a confiar en mi propio texto, eso hubiera sido imposible. 


Las verdades inventadas

El viernes pasado hablaba con Juan Coulasso acerca del arte de dirección y le dije algo que nunca había podido enunciar, y que ahora atesoro como un rasgo de mi manera de encarar el trabajo: “Para dirigir es mejor una idea errada expresada con claridad, que una idea acertada expresada confusamente.” 
Porque en definitiva hacer teatro es eso: crear una realidad consistente más allá de su ajuste a lo “cierto”, y convertir a un grupo de personas (elenco y colaboradores) en cómplices de esa consistencia. En algún sentido, es algo parecido a lo que hablaba antes del contenido de Carnicera: una verdad inventada que genera consecuencias. En el caso del teatro, esa verdad inventada es inofensiva. Pero en el mundo que habitamos, las realidades inventadas pueden volverse algo siniestro y peligroso. 

 

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