ENTREVISTA CON GABRIEL GOITY, PROTAGONISTA DE “CYRANO”

“Si no te gusta Cyrano es porque estás muerto”

A días del estreno de la que considera “la obra de su vida”, el gran actor revela la importancia que tuvo Cyrano en la elección de su oficio, resalta los valores que hicieron del personaje uno de los más populares del teatro de todos los tiempos y confiesa que fue uno de los papeles para los que más se preparó en toda su carrera.

Carlos Furman

En la última escena, dice Cyrano: “¡Sí, vosotros me arrancáis todo, el laurel y la rosa! ¡Arrancadlos! ¡Hay una cosa que no me quitaréis!… ¡Esta noche, cuando entre en el cielo, mi saludo barrerá el suelo azul, y, mal que os pese, conmigo irá una cosa sin manchas ni arrugas! …  y esa cosa es… mi orgullo”. 

Orgullo es sin dudas una de las virtudes que nadie podrá cuestionarle a Gabriel Goity, alias el “Puma”. Tampoco su honestidad, que viene demostrando en los incontables personajes encarnados en la televisión, el cine y el teatro que quedaron, y quedarán, en el inconsciente de la cultura popular. Su vasto recorrido artístico lo llevó por distintos caminos hasta volver al origen, a aquella obra que le abrió las puertas a su introspección: el recordado Cyrano de Bergerac estrenado en el Teatro San Martín en 1977.

 

¿CASUALIDAD O CAUSALIDAD?

“El Puma” tenía dieciséis años cuando su abuelo, aprovechando la admiración del adolescente por Ernesto Bianco en la televisión, lo hizo “debutar” como espectador teatral en la mismísima Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, donde el recordado y querido actor encarnaba a Cyrano y sellaba, con su brillo, aquel papel, noche tras noche. “Quedé obnubilado”, confiesa Goity. “Tanto que literalmente salimos a esa vereda ‒señala la avenida Corrientes‒ y le dije a mi abuelo: ‘quiero ser Cyrano’. No le dije ‘quiero ser actor’. Le dije: ‘quiero ser Cyrano’. Y él me advirtió: ‘para eso, primero tenés que ser actor’. Antes de ver la obra, Goity no tenía pensado, imaginado ni soñado en la posibilidad de ser actor. “Entré a la actuación por Cyrano y después, debo reconocer, me encariñé con el oficio. Pero mi objetivo era ser Cyrano. ¿Cómo puedo ser Cyrano? Y la respuesta fue: ‘tenes que estudiar teatro”. 

Criado en El Palomar, el Puma cuenta que se dedicó a jugar al futbol y a trepar árboles, como cualquier chico de su edad, aunque reconoce una enérgica inclinación a la buena lectura y también a la música, una vez más, gracias a su abuelo. Varios años después de aquella “obnubilación” que tuvo en el ‘77, la vida lo “depositó” en el subsuelo de una oficina de la obra social del Ejercito: “el último lugar en el mundo donde podés llegar a encontrar o imaginar siquiera a alguien que se dedique a la actuación”, asegura. En aquella oficina pasaba sus días archivando documentación para su jefe, Osvaldo, a quien a menudo solía llamar por teléfono un tal “Jorge de Gas del Estado”. “Mientras archivaba, escuchaba que Osvaldo hablaba con “Jorge de Gas del Estado” sobre ensayos. Yo escuchaba y me preguntaba: ¿ensayos? ¿obras de teatro? No lo podía creer: ¡mi jefe es actor! Como vivía en Caseros y yo en Palomar, solíamos viajar juntos y, en uno de esos trayectos que hacíamos colgados de la máquina del San Martín, a las seis de la mañana, le pregunté, con la cara al viento: 

‒Osvaldo, ¿usted es actor? 

‒sí ‒me respondió. 

‒Pero, ¿cómo es actor y trabaja en una obra social? 

‒Y Gabriel… es difícil la vida del actor ‒me contestó con una carcajada. 

‒Yo una vez vi una obra de teatro ‒le comenté. 

‒¿Cuál viste? 

Cyrano de Bergerac ‒le contesté.  

‒¡Yo trabajé en esa obra! ‒me confesó Osvaldo (el Puma destaca el nombre, “Osvaldo”). Yo no podía creer lo que estaba escuchando… ¿cómo puede ser que Osvaldo estuviera sobre el escenario?

‒¡Claro! Yo era uno de los mosqueteros, era un papel chiquito -me dijo. “Repito: no lo podía creer. ¡Había conocido a un actor que trabajó con Ernesto Bianco! En realidad, ellos los llamaban Oscar, Oscar Pellicori”. 

Entre tanta casualidad (¿o causalidad?), Osvaldo invitó al Puma a uno de sus ensayos, dónde Jorge de Gas del Estado era el director: “Cuando terminó el ensayo, me pidieron una opinión. Y Jorge de Gas del Estado, en ese momento, me preguntó: ‘¿Que te pareció lo que viste?’ Era la primera vez que me pedían una opinión, no podía creer que tuviera semejante responsabilidad”. 

‒Yo no entiendo nada de teatro ‒les confesé. 

‒El arte es para todos, no tenés que ser un entendido. Lo sentís o no lo sentís ‒me dijo Jorge. 

Entonces, les dije que estaba muy impactado, porque lo que sentía era que estaba espiando a un matrimonio, y no que estaba viendo una escena de teatro. Sentía que estaba viendo algo real. Bueno, fue la mejor devolución que podía entregar. Y les gustó tanto que me animé y ahí les confesé: “yo quiero ser Cyrano de Bergerac”.

‒Y bueno, ¡para eso hay que estudiar teatro! ‒dijeron todos risas. 

Así fue como el Puma dio sus primeros pasos en la Escuela Nacional de Arte Dramático y comenzó la que sería una exitosa carrera en ese oficio al que había llegado casi por casualidad. Y muchos años después, cuando la Sociedad Argentina de Actores le entregó el Premio Pablo Podestá a la Trayectoria Honorífica ‒“que para mí es el mejor premio que puede haber porque los que te elijen son tus propios compañeros”‒, para la entrega llamó a “Jorge de Gas del Estado”, quien en realidad se llamaba Jorge Marrale, y a Osvaldo, su jefe en la obra social, mejor conocido como Osvaldo Santoro. 

¿Casualidad o causalidad?

 

LAS HIJAS DE ERNESTO
Esa anécdota sobre cómo el Puma había ingresado al mundo del teatro la escucharon Ingrid Pellicori y Virginia Alonso, ambas actrices e hijas de Ernesto Bianco, quienes lo convocaron para que la cuente en un libro-homenaje dedicado a su padre. Más tarde, lo volvieron a invitaron, esta vez a participar de un documental realizado en el San Martín en 2022: “ellas me pidieron que les cuente la historia, pero en la Martín Coronado, en la misma sala en cuya platea me había sentado con mi abuelo, para que recuerde qué me había pasado cuando vi a Ernesto, a su padre. Así terminamos actuando con las chicas en el escenario, improvisando de alguna manera, la última escena del Cyrano… ¡imagínate! Improvisar con las hijas de Bianco en el escenario donde el papá actuó por última vez, porque Ernesto falleció haciendo esa obra, Cyrano de Bergerac... Entonces fue que pregunté, sin dudar: “¿quién dirige este teatro?” Me dijeron: Gabriela Ricardes. Y aunque no la conocía, del escenario de la Coronado me fui directamente al quinto piso, a la dirección general, porque la última vez que trabajé en el San Martín la dirección quedaba en el quinto piso. “No, Puma, ya no está más en el quinto piso”, me explicaron. “Tenés que ir al octavo”. Así que me fui al octavo, me presenté en la recepción –la recepcionista no sabía si era un distribuidor de materiales o quién (risas) – y dije: 

–Quiero ver a la señora Gabriela Ricardes.  

–¿De parte de quién? 

–Gabriel Goity 

–¿Por qué motivo?

–¡Quiero ser Cyrano de Bergerac!

 ¿Casualidad o causalidad? La verdad es que Gabriel Goity ya estaba en “la mira” de la directora para trabajar en el San Martín, pero en otra obra. “Me dieron una cita para la semana siguiente con Gabriela (Ricardes), quien además tenía la intención de volver a hacer Cyrano porque, después de la famosa puesta con Ernesto Bianco, nunca más se había puesto, ni en el San Martín ni en ningún otro teatro público. Gabriela me confesó que le había ofrecido el papel de Cyrano a Guillermo Francella, entre otras obras, porque él quería trabajar en el San Martín. Ahí fue que lo llamé a Guillermo: 

 –Guille, sé que en el San Martín te ofrecieron hacer Cyrano. ¿Vos sabés que es “mi” obra? –le dije. 

–Sí Gabriel, ¿cómo no voy a saber que es tu obra?, –me contestó Guillermo. 

–Bueno, si no la hacés, tené la amabilidad de tirarme un centro (risas) –le pedí. 

 “Así que una cosa se fue uniendo con la otra”, dice Goity. “Casualidad o causalidad, como quieran llamarlo. Yo creo que casualidad no fue. Y en noviembre del año pasado, Gabriela Ricardes finalmente me hizo el llamado que esperé 45 años. Florentino Ariza esperó cincuenta años a su amor (se refiere a uno de los personajes de El amor en tiempos del cólera de Gabriel García Márquez), yo lo esperé 45, y me dijo: “Hola Puma, soy Gabriela Ricardes, nos encantaría que hagas el Cyrano en el San Martín.”

 

 
‒¿Qué pasó cuando finalmente llegó ese llamado tan esperado?
‒¡Qué no me pasó! (risas). Te digo, con toda humildad, que pensé: ¡es justicia, me lo gané!... ¡Me lo gané y está en buenas manos! Me lo gané ‒repite emocionado‒. No sentí otra cosa que ‘lo tengo que hacer porque me lo gané’.  Como diría Osvaldo Miranda: ‘hice los tramites’. Lo esperé como hay que esperarlo: hice una carrera, hice mucho teatro, televisión, cine. Y sé que Bianco me ayudó también y me mandó a sus hijas, para que suceda. Con humildad lo digo: ‘está en buenas manos’. No me lo regaló nadie y todo se fue dando para que ese maravilloso personaje esté en el San Martín. Porque otra cosa que siempre supe es que tenía que ser en el San Martín. Tiene que ser en un teatro como éste, un teatro para todos, para que vengan todos. Porque no hay excusa para no venir, ni siquiera el valor de las entradas lo es. Las entradas del San Martín son accesibles, si no venís es porque no tenés ganas. Entonces, lo que nosotros tenemos que hacer como artistas, es que todo el mundo tenga ganas de venir al San Martín a ver Cyrano o lo que sea ‒el Puma se pone eufórico‒. Pero para eso tenemos que estar comprometidos con los espectáculos. Y acá lo que sobra es compromiso. 

‒¿En qué se inspiró para desarrollar el personaje?
‒Mi relación con Cyrano es de amor, de pasión. Y no tener miedo a ejercerlo. En definitiva, Cyrano va a ser una excusa: vos vas a ver a Cyrano y a escuchar el texto alejandrino, pero lo que te voy a contar es mi vida, escondida, o no tanto… pero cuando esté recitando, voy a estar contando mi dolor, mis alegrías, mis frustraciones, mi amor, todo en la estructura de un verso alejandrino. Pero te voy a contar mi historia, quién era mi abuelo, mis amores y desamores, mis dolores, mis amigos, los que están y los que no están.

‒A la hora de darle su propia impronta ¿Con qué fortalezas y debilidades se encontró?
‒Más que nada, la dificultad radica en que se trata de una obra no contemporánea. Es un texto que ya no se escucha. De alguna manera, cuando la vi en el ‘77, todavía había “interlocutores varios”, el público estaba más acostumbrado a leer poesía, estaba más educado. Hoy es diferente. Hoy es patrimonio de una elite... ¡Que también es una cagada! ‒el Puma golpea enojado la mesa‒. ¡Y eso es culpa nuestra, es culpa nuestra!, no del público. Porque los actores tendemos a ser elitistas. Nos llenamos la boca con “lo popular”, pero después decimos: ‘no, eso no lo hago y aquello tampoco. Entonces, muchos terminan haciendo teatro para esa elite, para cuatro o cinco despabilados. Tenemos que apuntar al gran teatro, llenar la cancha de Boca haciendo Molière, ese es el objetivo. ¿Me explico? Han confundido mucho a los espectadores y también a los estudiantes de teatro. Que creen que ser actor es una cosa superior, y eso es un gran error, porque terminan siendo actores elitistas que trabajan para una minoría. ¿De qué pueblo hablan si hay cosas que no hacen? Estúpidamente, por culpa de algunos que han confundido a los alumnos a partir de su propio resentimiento o de su propia limitación, prohibían que hicieran televisión. Y hacer televisión es muy importante, porque así llegás a un público más numeroso. Porque, además, si no ocupás un espacio, lo va a hacer otro. Hoy eso está pasando en la tele: está lleno de panelistas, no hay más actores. Quizás la estamos recuperando un poco con las plataformas, pero nuestra TV la hemos perdido por culpa nuestra. Esa es mi humilde opinión. 

‒Volviendo a Cyrano, ¿qué cualidades destaca en el personaje?
‒Muchas: el honor, la palabra, el compromiso, el ideal. Luchar por los ideales... Cyrano es un idealista neto. Creo que quien mejor definió lo que es un ideal, en mi modesto entender, fue José Ingenieros. Si mal no recuerdo, él decía: “el ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección”. Hay que apuntar a eso, trabajar para eso. La vida no pasa tanto en sentirte “el mejor”, sino en esforzarse para eso. Como decía Fangio: no sentirse el mejor sino trabajar para serlo. Mejor aún, competir con vos mismo, para descubrir en qué podés mejorar cada día. Por ejemplo: hoy voy a aprender esgrima, entonces llamo a los mejores maestros. Agregarle valor, leer un libro, una poesía, algo que te haga mejor. Eso es el ideal: mejorarnos. Y no victimizarnos más. Estoy harto de la victimización, de escuchar todo el tiempo “por culpa de”. Es simple: el peor enemigo es uno mismo y es uno quien tiene que solucionarlo. Escucho todo el tiempo que “es el sistema, la culpa es del sistema”. ¡El sistema sos vos! ¡Cámbialo! Empezar por cambiar uno. Si uno no se siente bien con uno mismo, es imposible modificar algo. Empecemos por eso: a saludarnos, a ser solidarios. Fijáte: estamos en un teatro donde, supuestamente, está lleno de artistas. Y vos subís a un ascensor del San Martín o de cualquier lugar y a duras penas te saludan... ¿De qué estamos hablando? Después nos quejamos del sistema, “porque el capitalismo y qué sé yo… Empecemos por lo básico: “buen día, ¿qué tal?”. No te digo que vengas a mi casa a comer y nos hagamos amigos del alma. Nada más un “buen día, ¿en qué te puedo ayudar?”. Empecemos por ahí, a no victimizarnos, a hacernos responsables y buscar la manera de hacer las cosas por amor. Sin excusas, porque “siempre nos va a faltar un mango para el peso”, a partir de las limitaciones que tenemos y dar lo mejor que puedas.

‒¿Es difícil encontrarle la vuelta a las escenas de esgrima? ¿Cuántas horas le dedica?
‒Estoy feliz con eso. Son muchas horas, todo lleva tiempo. Porque con el director de la obra, Willy Landin, y lo quiero destacar, queremos que las escenas de Cyrano con la espada sean virtuosas, en las que verdaderamente se respete la disciplina de la esgrima. Mi ambición es que venga un esgrimista y diga: “mi disciplina está respetada”. Porque Argentina ha marcado historia con la esgrima, por lo que no podemos fallar. Es parte de nuestra cultura también. Entonces, si hago un espectáculo de tango, tengo que ser el mejor bailarín posible, de lo contrario no lo hago. Si hago esgrima, la hago bien. Somos un país con los mejores jinetes, los mejores esgrimistas, los mejores nadadores. Y en el fútbol ni hablar... Otro error garrafal: todavía no hicimos una buena ficción de fútbol, una que esté a la altura. ¿Por qué? ‒el Puma vuelve a golpear la mesa, que por ahora resiste‒ Porque siempre le dan programas de fútbol a tipos que no saben de fútbol. Justamente, si el que dirige un proyecto no sabe de fútbol y el que actúa nunca en su vida jugó a la pelota, obviamente se nota... No me gusta hacer lo que no me gusta que me hagan. Entonces, he visto espectáculos con esgrima, y yo, sin saber nada de esgrima, me decía: “estos no saben”. Uno se da cuenta. Ve una actitud, un devenir, un “hago como si”. Hacen “como si”, el famoso “la zafamos”. No señor, acá no, esto es el San Martín. Por eso llamamos a esgrimistas actores y vamos a hacer la escena como corresponde, porque respetamos la obra, nos respetamos a nosotros y respetamos a los espectadores. Justamente, Cyrano de Bergerac fue escrita en Francia, donde son maestros de la esgrima. No es casualidad que Rostand pusiera una escena de esgrima. Entonces, hay que hacerla como corresponde, porque, si no, es una falta de respeto. El secreto es trabajar, trabajar y trabajar. Y después, trabajar, trabajar y trabajar.

‒A partir del trabajo con el director, el equipo creativo y el resto del elenco, ¿siente que llega al ideal de Cyrano que imaginaba?
‒Por supuesto. Yo voy a ser Cyrano, no tengo la menor duda. Si no, no vengo. No vengo para hacer “un buen Cyrano”. Mi objetivo es ser sea el mejor Cyrano que se haya hecho en todo el mundo. Mejor que el de los franceses, ese es mi objetivo. Y, con todo respeto, mirá lo que te digo: ¡Mejor que el de Bianco! Lo peor que puede suceder es que esté al mismo nivel. Tengo que buscar ser el mejor. ¿Para qué? Para que provoque al espectador de hoy lo mismo que a mí hace cuarenta años. Eso es lo que busco. No es un tema de ego. Lo que quiero es que el espectador salga de ver la obra diciendo: “quiero leer poesía”, “quiero ser una buena persona”, “quiero ser un tipo honesto”, “quiero bancármela solo”. Eso... bancármela. Más allá de mi ego y de mi… no sé si llamarlo “asignatura pendiente”, o un sueño personal. Es más que un sueño. Y ahí está lo ideológico. Sino es todo verso.

‒Eso es lo que espera, después de tanto tiempo…
‒Que el público venga al teatro y diga: “qué bien que hice en venir, qué bien me hace el teatro”. El teatro es un espectáculo único, vivo. Y digo “Teatro”, con mayúscula. Porque también pretendo que descubran que el teatro es algo para lo que hay que estudiar y mucho, para lo que hay que prepararse. Con todo respeto para los que suben a los escenarios, esto es otra cosa: no alcanza con tener ángel, carisma o ser simpático. No alcanza con eso. Y puedo decirlo porque este señor que soy, con cincuenta años de oficio, con todo el amor que tengo por esta obra y por el personaje, con lo que significa en lo personal, también tengo que confesar que, cuando comencé a estudiar el libreto, el 2 de enero de este, lo primero que me dije fue: “no puedo hacer esto”. ¡No me entraba una frase! El primer bocadillo que tengo que decir es: “Cretino, deja las ninfas en paz, ¿acaso no te pedí que no actuaras más?”. Y ese 2 de enero no me salía. Empecé a estudiarlo y me dije: “no puedo, estoy grande”. Miré la obra, vi los cinco actos y pensé, “si no me acuerdo la primera frase, estamos en problemas”. Pero ya me comprometí, no puedo renunciar. La situación fue así: estaba al pie del Everest, en short y pantuflas, y me dijeron: “tenés que subir”. Y me dije: “bueno, vamos” (risas). Y así fue: estuve toda una semana para decir la bendita primera frase. Nada fue fácil para este señor que ama la obra, me costó y lo digo con orgullo. Empecé en enero, seguí en febrero, marzo, abril... El 15 de mayo empecé a ensayar en el teatro y ya tenía tres meses estudiando la letra porque también me dije: “cuando en julio llegue el resto del elenco, el protagonista no puede no saberse toda la letra”. ¿Con qué moral puedo liderar un elenco si no me sé la letra? Son los siete días de la semana, los 365 días del año porque, cómo les digo a los compañeros, uno tiene que ensayar para el ensayo: No vengan a ensayar solamente acá. En el teatro ensayamos seis, siete horas de martes a domingos. Y es un montón. En una obra del teatro comercial ensayás tres horas como mucho. Acá no alcanza. Tenés que ensayar para el ensayo, las 24 horas. Así es este compromiso con la obra y lo que significa, es lo que siento y es mi trabajo. También podrán decir “no me gustó”. “Mirá Goity, sentirás todo esto con el personaje, pero nosotros no lo sentimos”. Puede llegar a pasar. Pero tengo paz de espíritu porque puedo decir: “lo di todo”. Quédense tranquilos que puse todo en la parrilla: los chorizos, la morcilla, la carne y bueno, ¿no te gusta la carne? Y bueno (risas). Para mí es difícil que no te guste porque, si no te gusta, de este barrio no sos. (risas). Vamos a discriminar un poco también, ojo con esa palabra. Discriminar no está mal, no nos confundamos. ¡Si no te gusta el Cyrano es porque estás muerto! Si después de tres horas que voy a estar ahí arriba del escenario, dejando la vida, vos decís: “a mí no me gustó”, no tenemos más nada que hablar. A mi casa a comer un asado no vas a venir (risas). 

 

Autor: Daniela Cabral

+ info de Cyrano

INFORMACIÓN IMPORTANTE PARA EL DÍA DE LA VISITA: