ENTREVISTA CON MARIANO STOLKINER, CODIRECTOR DE “CARNICERA”

“Vivimos una especie de canibalismo intelectual”

“Carnicera plantea un dilema alrededor de estos mecanismos de posverdad que tenemos presentes, que nos ofrecen determinadas cuestiones de modo absolutista” dice el codirector junto con Javier Daulte de la obra que se ofrece en el Teatro Regio. Conspiraciones, paranoias y fake news en tiempos pospandémicos

Carlos Furman

Por Carlos Diviesti

 

Cuando volvió de Londres, luego de pasar por las aulas de Philippe Gaulier y Simon McBurney y su Théâtre de Complicité, Mariano Stolkiner se abocó a la apertura de “El Extranjero”, la sala del Abasto que desde 2010 es uno de los focos más luminosos del teatro independiente porteño. Ese “teatro en contemplación activa” –leitmotiv de la sala–, se traduce en la difusión de piezas como Cleansed o Shopping and Fucking o, más acá en el tiempo, en el tembladeral que provocaron los ecos de Rota y en la empatía que genera el encuentro de personajes como Antonio Castaño, factótum del Proyecto Toño. Hoy Stolkiner se prepara para el estreno de la más reciente creación de Javier Daulte, Carnicera, en el teatro Regio, y esta charla resulta un compendio de su mirada sobre el hacer teatral, siempre en presente.


–¿Qué lo atrajo para encarar la dirección de esta pieza de Javier Daulte con el mismo Javier Daulte?

–¡Javier Daulte! Recuerdo un par de trabajos de Javier que me iluminaron el camino, que me quedaron en la retina y me hicieron entender muchas cosas, no solo de cómo funciona la teatralidad, sino también de por qué uno experimenta este amor tan grande por el hacer teatro, como La escala humana, que codirigió con Alejandro Tantanian y Rafael Spregelburd. Hoy, transitada buena parte del camino, estar con Javier dirigiendo un espectáculo me regocija y es una experiencia de aprendizaje muy grande. Si bien vi muchas obras de Javier, no conocía la cocina de cómo las desarrolla, lo que implica todo un desafío porque tengo mi propia metodología. El desafío pasa por saber dónde se encuentran esas dos dinámicas de trabajo distintas y, por lo que veo, está nutriendo muchísimo mi experiencia en el presente y, sobre todo, por lo que aplicaré a futuro.

 

–Alguna vez sostuvo que el suyo es un teatro combativo. ¿Qué lo pone en guardia de Carnicera? ¿Qué concilia con Daulte, en ese caso?

–Era un poco más joven cuando lo dije, y tenía una actitud un poco más combativa en la vida. Aunque sigo trabajando sobre ciertas dinámicas, la profesionalización de la actividad me llevó por el camino de entender que más allá de confrontarnos con determinadas temas, y ponernos en crisis con determinadas creencias, el teatro es un arte que supone una espectacularidad y que el público que viene a verlo tiene que poder disfrutar del espectáculo, independientemente de encontrarse con esa confrontación. Carnicera plantea un dilema alrededor de estos mecanismos de posverdad que tenemos presentes, que nos ofrecen determinadas cuestiones de modo absolutista. Sin ir más lejos, todo lo que implicó en nuestras vidas la pandemia y los discursos a su alrededor, que se daban como verdades absolutas, hoy podemos entender que quizás no eran tan así como se plantearon durante ese período. Como nosotros, además de constructores somos consumidores de esos discursos, no solamente somos víctimas de una construcción ajena sino que también colaboramos con ella en muchos aspectos. En esta obra eso está interpelado desde el lugar del thriller, con un relato muy interesante en términos situacionales y con mucho humor. Eso me interesó como desafío, ver que no dejaba de ser una obra con una estructura ficcional muy sólida. Y como ya tengo cierto ejercicio en torno de la codirección, entiendo que supone abrir un espacio para el diálogo donde las ideas o las miradas se puedan poner en discusión en términos estéticos. Hay un sello, una marca Daulte. Yo tengo ganas de hacer un Daulte con algo de la impronta propia de Stolkiner: Y cuanto más pueda abrir mi mirada para que los resultados sean más amplios y disímiles entre sí, me hace sentir mucho más a gusto con el proceso creativo.

–En sus puestas difundió autores como Sarah Kane, Mark Ravenhill o Hattie Naylor. Esta pieza de Javier Daulte, ¿se ancla de algún modo a la poética de autores como esos?

–Entiendo la identificación respecto de mi hacer y no reniego de eso. Por suerte son obras que dejaron una marca en el momento en el que se hicieron. Pero también es cierto que codirigí una obra en el Complejo Teatral de Buenos Aires en 2017, Bajo el bosque de leche, de Dylan Thomas, que era una obra muy luminosa más allá de que Thomas haya sido una especie de poeta maldito con una vida tortuosa. Por eso digo que mi recorrido no todo fue en la misma dirección. Sobre todo en los últimos años en los que tuve la posibilidad de dirigir obras que poco se asocian a las poéticas del teatro inglés de los años '90. Carnicera presenta un desafío diferente y la elección tuvo que ver con encontrar un texto sólido que toque cuestiones que me interesa poner en tensión. Quizás también por eso entendí que el Complejo Teatral de Buenos Aires podía ser un buen espacio para llevar adelante esta propuesta, porque creo que tiene un cariz más popular que el tipo de obra que escribía Sarah Kane.

–Tanto Daulte como usted dirigen espacios teatrales independientes. ¿Cuánto influye la mirada independiente en la creación de Carnicera para el teatro oficial?

–El panorama teatral en los últimos años ha cambiado enormemente, y hoy los bordes entre el teatro independiente, el teatro oficial o el teatro comercial –o “teatro privado de gran escala”, como me gusta llamarlo–, se ven más borrosos. Sin ir más lejos, con Rota empezamos en el teatro El Extranjero, después hicimos una temporada en el Paseo La Plaza, y originalmente se pudo producir gracias al aporte del Complejo Teatral de Buenos Aires y el Banco Ciudad a través del premio a la producción teatral independiente. Con Rota transitamos por los tres campos: el público, el independiente y el privado de gran escala. Insisto, no creo que esos límites sean tan taxativos como lo fueron en otro momento. Claramente no es lo mismo producir una obra en el teatro independiente que producir una obra para el teatro público, porque los valores de producción, los tiempos y los compromisos son diferentes, pero la experiencia que uno recoge sirve para aplicar en otro tipo de espacios. Pero soy director de teatro por sobre todas las cosas, y obviamente cada espacio tiene su espacialidad, su arquitectura, sus dimensiones, y no da lo mismo trabajar en una sala de sesenta y tres butacas que trabajar en una como el teatro Regio. Sin embargo, cuando uno ya conoce determinadas cuestiones relativas a la dramaturgia escénica, todo eso se transforma en una cuestión de adaptabilidad. Con Carnicera espero que la gente pueda venir, entretenerse y al mismo tiempo salir interpelado con determinadas circunstancias que presenta la obra y que construimos como realidades absolutas en nuestro cotidiano. Como amante de Camus, tengo espíritu existencialista y soy escéptico por naturaleza. Creo que vivimos una especie de canibalismo de orden intelectual, nos comemos nuestra propia posibilidad de análisis y compramos discursos vacíos, en todos los ámbitos. Creo que todo podría ser más discutido que lo que resulta, y desde ese lugar creo que Carnicera puede devolvernos la posibilidad de observar qué estamos consumiendo y comprando, y cómo nos estamos comiendo a través de estos discursos. 


 

–¿Hacia dónde parece dirigirse el teatro en Buenos Aires en tiempos pospandémicos?

–Especular a futuro es algo que me cuesta mucho. Lo que veo en el presente es que la pandemia dejó temores instalados en un montón de aspectos. El temor que de alguna manera se instaló en el cuerpo nos llevó a arriesgarnos menos y se expandió a un montón de cuestiones en nuestro cotidiano. El teatro no está exento de ese miedo instalado en la sociedad, y por precaución, se asumen menos riesgos. Se superponen condiciones económicas, además, por lo que quienes producimos y consumimos teatro también estamos más limitados a la hora de asumir riesgos. Entonces, esto redunda en que el público y las propuestas teatrales se polaricen. No se arriesga tanto como antes en la búsqueda de lenguajes, de trabajos que se salgan de determinada métrica, porque eso, por ahí, supone meterse en una inversión que después no se podrá capitalizar. Y por parte de los espectadores, la elección acerca de qué espectáculo ver guarda algún tipo de relación con esta cuestión de asumir menos riesgos. En algún momento el público confiaba en un espacio teatral o en un nombre determinado, y se acercaba a las salas o los creadores aunque no tuviera grandes referencias. Hoy se necesita tener mucha más claridad. El boca en boca o los medios de comunicación o lo que fuera, deben legitimar que aquello que se irá a ver es efectivo, y que se va a invertir el dinero en algo que devuelva algo en torno a la expectativa que se tiene creada. Entonces lo que sucede es que el consumo también se polariza, y uno ve teatros que están repletos de gente y otros que empiezan a tener problemas a la hora de convocar público. Pareciera que estamos en un momento en donde se pide una “satisfacción garantizada”, y para los creadores pasa a ser algo de su propia dinámica seguir determinados lineamientos que acerquen a los espectadores a esos espectáculos. Entonces, la resultante de que se asuman menos riesgos es que empecemos a hacer “teatro con barbijo”. Es como si hubiese quedado una especie de remanente de la idea del barbijo presente en nuestras vidas, como si de alguna manera nos protegiéramos de equivocarnos. La ausencia de ese saltar al vacío propio de la creación y también de la expectación, puede ser el síntoma más dañino que nos haya dejado la pandemia, si es que esta lógica se sostiene a futuro. Esperemos que no, que se recupere la confianza, que el barbijo quede en el pasado y el teatro recobre ese lugar de riesgo en todos los campos. Las cosas pueden salir mejor o peor, pero en definitiva la creación requiere de riesgo. No me pongo en crisis ni lo critico, hablo de un pasado inmediato y de un acontecimiento que dejó consecuencias, pero quizás esto que digo hoy sea simplemente un acto melancólico.

 

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