“EL BAILE” SEGÚN ALAN PAULS

BAILAR LA HISTORIA, BAILAR LA ARGENTINA

El escritor argentino Alan Pauls y la coreógrafa francesa Mathilde Monnier crearon este espectáculo que evoca, a través de la música y el movimiento, las últimas décadas de historia argentina. En estas líneas, el autor de El Pasado se cuestiona la existencia de un “cuerpo argentino” en un país cuya verdadera pasión no es otra que “descomponerse, naufragar, tocar fondo para después, en una euforia última, probar que no está muerta”.

El escritor argentino Alan Pauls y la coreógrafa francesa Mathilde Monnier crearon este espectáculo que evoca, a través de la música y el movimiento, las últimas décadas de historia argentina. En estas líneas, el autor de El Pasado se cuestiona la existencia de un “cuerpo argentino” en un país cuya verdadera pasión no es otra que “descomponerse, naufragar, tocar fondo para después, en una euforia última, probar que no está muerta”. 

Entre El baile de Jean-Claude Penchenat y éste, su infiel descendiente argentino, pasaron treinta y ocho años. Un parpadeo para Europa, una eternidad vertiginosa para la Argentina, que en ese tiempo vivió lo que otros en un siglo: insurrecciones militares, hiperinflaciones, saqueos, movilizaciones masivas, cambios abruptos de gobierno, crisis terminales, resurrecciones. 
¿Cómo capturar en noventa minutos de danza un país así, espasmódico, errático, efervescente, donde las cosas no pasan sino que vuelven una y otra vez, como fantasmas o pesadillas? No, sin duda, sometiéndolo a las convenciones de un relato o una alegoría. Retomando libremente algunos principios del original de Penchenat (el salón de baile como situación de base, una cierta prohibición de hablar, el deseo de poner en escena la historia reciente de un país a través de cuerpos en movimiento), El baile versión argentina elige menos contar un país que componerlo, sabiendo que lo que pretende componer es una sociedad cuya pasión, cuya verdadera pasión, no es otra que descomponerse, naufragar, tocar fondo para después, en una euforia última, probar que no está muerta. 
No hay avances: más bien una lógica de caídas y sobrevidas heroicas, sobreactuadas por un histrionismo que tiembla y conmueve. De ahí que no haya lugar para cronologías lineales. En la Argentina de El baile todo sucede al mismo tiempo, todo el tiempo. Por eso en la música que suena en escena coexisten clásicos con sonidos contemporáneos, últimos gritos de la moda con himnos marciales, hits radiales con canciones de infancia, baladas baratas con zambas poéticas. La Historia está como se la puede ver y sentir a diario en las calles argentinas: en fragmentos, como un paisaje de ruinas, que es lo que queda cuando la Historia estalla. 
Voces que llegan desde el más allá, desfiguradas por una memoria herida, y recitan viejas marchas militares; cuerpos bovinos que pastan y son exhibidos antes de ir al matadero; cuerpos que buscan refugio, amenazados por las bombas; cuerpos que se venden a la vulgaridad de la imagen; cuerpos que, ametrallados por una pelota de fútbol, se empecinan en seguir bailando y gozando... Por allí se filtran la vida cotidiana de una ciudad ocupada, el reverso inquietante de una mitología agropecuaria, una guerra, el exhibicionismo obsceno de una década infame, los usos siniestros de un deporte celebrado como “pasión de multitudes”... Y en el centro de ese teatro de escombros, dos tótems de la argentinidad: la carne y el tango. La carne, dieta patria, pilar de una cultura marcada desde el origen por la sangre, el sacrificio, la matanza. Y el tango, ADN musical que anuda pasión y pérdida y exaspera hasta la parodia sus estereotipos sexistas. No se trata de “representar” la Historia. Se trata de convocarla y dejar que aceche, que pese, que caiga sobre la obra y se ejerza sobre los cuerpos mismos de los intérpretes, impulsándolos, agobiándolos, exaltándolos, atormentándolos, como una fuerza que modela y destruye, que enciende y extingue. Eso es bailar la Historia. Eso es bailar la Argentina.
En el centro del cuadro, dos cristales de argentinidad: la carne y el tango. 
¿Hay un cuerpo argentino? Tal vez haya una postura. Hubo presidentes que huyeron del poder en helicóptero. Hubo cinco monedas distintas circulando en la sociedad al mismo tiempo. Los bancos robaron, la gente salió a la calle, la policía mató. Muchos se fueron. Muchos vinieron. Gran campo de pruebas del experimento neoliberal, el país –siempre tan orgulloso de su sangre europea– se latinoamericanizó. Pasó del falaz futuro feliz con que lo tentó el mercado en los noventa al setentismo militante y pasional que reivindicaron los 2000.

 

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