ENTREVISTA CON NICOLÁS BERRUETA Y CLAUDIO MARTINI, SOBRE “EL ECO DE LAS MANOS”

Danzar las resonancias del pasado y del futuro

El coreógrafo y el músico de la obra que estrena el Ballet Contemporáneo, en programa compartido con "Los gestos de la sal" se refieren al modo en que trabajaron como dupla creativa, a las premisas de las que partieron y al proceso de ensayos con los bailarines, para concretar un espectáculo que hace eje en el sentido del tacto y sus proyecciones emocionales

Foto: Alexis Torazza Gazzone

 

Por Victoria Eandi

 

Si bien da indicaciones en el ensayo sobre un determinado movimiento, él pone el cuerpo y se involucra como un integrante más del Ballet Contemporáneo. Es que Nicolás Berrueta, coreógrafo y director de El eco de las manos, la obra que se estrena en el Teatro Regio con Los gestos de la sal de Teresa Duggan, fue un destacado bailarín del cuerpo estable del San Martín entre 2006 y 2013, cuando estaba al frente Mauricio Wainrot. Y ahora regresa no sólo al Ballet y al Teatro, sino a Argentina después de diez años de vivir en Chile y formar parte del Ballet Nacional de ese país, donde también comenzó a desempeñarse como coreógrafo.  

 

Berrueta y Martini, una dupla creativa

El eco de las manos surge de una dupla creativa que Berrueta conformó con Claudio Martini, a quien conoció cuando era director actoral en La Compañía Danza-Teatro de Marcela Sotelo, de la que fue parte el bailarín hace dos décadas. Luego trabajaron juntos en un proyecto de Nicolás presentado en Chile, Coleccionista de ilusiones, donde el coreógrafo dirigió a cerca de 50 intérpretes en escena y Claudio creó el universo sonoro, ensamblando voces y músicas. En esta oportunidad participó tanto en la idea y su desarrollo, como en la parte musical. “Surgió la posibilidad de participar de este programa del Ballet, Nico me convocó y, a partir de conceptos que él tenía, empezamos a armar el libro, el argumento de base, que no siempre es lo más común en lo coreográfico, pero en este caso queríamos empezar con una guía dramática. Yo también soy dramaturgo, así que juntos armamos el recorrido de la obra. Con esa premisa se desenvolvió la coreografía y la música. Trabajamos codo a codo en un proceso creativo de confianza mutua”, recuerda mientras repasa el proceso. 

 

El tacto y sus reverberancias

En El eco de las manos hay una suerte de eje que es, como sugiere el mismo título, el sentido del tacto y todas sus reverberancias y proyecciones emocionales. Berrueta se remonta a la génesis y al despliegue del proyecto: “Desde la Dirección del Ballet se propuso que la obra fuera muy bailada, movida, potente, muy física y no tan teatral, que se profundizara el aspecto más coreográfico, pero igualmente queríamos contar algo. Descubrimos que queríamos hablar sobre las emociones. Queríamos saber cómo la coreografía nos podía hacer transitar por ellas a nivel físico; cómo los apoyos podían trabajar sobre esas emociones. Sentirse apoyado y contenido o lo contrario dan una idea de cómo trabaja el sistema nervioso. Cuando uno se siente presionado, obligado, golpeado, el cuerpo se cierra. En un espacio más amable y tranquilo, el sistema nervioso nos permite abrirnos, relajar la musculatura, soltar las articulaciones. Con el desarrollo de los movimientos, aparecieron texturas, empezamos a ver qué pasaba con este tacto, la piel que marca un límite entre lo interno y lo externo. Se va desplegando un viaje también de cómo nos conectamos con el pasado, cómo estamos en el presente y cómo nos proyectamos hacia el futuro. El eco de las manos es un recorrido por las cosas que nos han tocado, movilizado y guiado, y cómo eso hace eco a lo largo de nuestra historia y nuestro camino. Nosotros también hacemos ecos en los que nos rodean”.

Martini agrega que “lo del tacto es medio abstracto; por eso era necesario centrarlo en una figura que de alguna manera llevara la línea del relato. Era para ordenar el cuento; después el público completa con su vivencia y hace su lectura, pero para ordenar lo coreográfico y lo musical, necesitábamos una estructura sobre la cual trabajar. El personaje no está tan desarrollado como en un guión teatral, pero sí hay ciertas instancias que necesita transitar porque hay algo de cíclico, pero aunque la historia se repita, el trayecto que hace lo deja parado en un lugar distinto del comienzo”. 

Ambos dejan claro que hay una cierta construcción de personaje, pero no hay un protagonista por un lado y un coro o ensamble por otro. Ese personaje es una excusa, se hace un zoom sobre uno, pero lo que le pasa a él, le puede pasar a otro en otro momento. “También para nosotros era un desafío el poder generar un personaje del que sepamos lo que está haciendo pero no la historia completa; puede ser cualquiera de nosotros, dejamos apertura para identificarse”, aclara Berrueta. Porque más allá de toda explicación, se trata de una obra que se aprehende presenciándola; lo contrario sería como intentar traducir la poesía de esos cuerpos en movimiento a palabras insuficientes.

 

Ida y vuelta 

Tanto Berrueta como Martini subrayan el hecho de que aunque hagan el mismo movimiento, se buscó que los doce bailarines que están en escena mantengan su individualidad. Hubo un ida y vuelta con esos intérpretes mientras se iba creando la coreografía. Berrueta explica que propusieron “una idea clara al servicio de los objetivos y cada uno la enriqueció; no sólo los bailarines, los técnicos también aportaron para que la obra creciera”. Asimismo expone cómo fueron las etapas del proceso de ensayos: la primera consistió en llevar la idea clara de lenguaje al Ballet, que fue cuando él más puso el cuerpo mostrando los movimientos; en segundo lugar vino la instancia que tuvieron los bailarines para romper con esos fraseos; y finalmente llegó el momento de pedidos concretos para que ellos crearan material, pero ya sobre la base del lenguaje incorporada al cuerpo. 

En cuanto a la composición musical, Martini destaca que también se generó un ida y vuelta permanente: “Cuando hago música para teatro, la hago más desde el director y el actor que desde el músico, me meto mucho en lo dramático; entonces me sirvió lo que hablábamos, yo iba mixeando mi propuesta con lo que iba surgiendo con Nico y los bailarines”.  

 

 

Volver…con otra mirada

Para Berrueta volver a trabajar con el Ballet, diez años después y en el rol de coreógrafo, “es una locura, es fuertísimo. El camino al teatro es el mismo que hacía para ir a bailar, pero ahora con otra mirada. Me reencontré con varios excompañeros, que continúan perteneciendo a la compañía, de la cual no se dimensiona el peso que tiene cuando estás adentro. Cuando en Chile decía que venía de trabajar en el Ballet del Teatro San Martín, no lo podían creer. Es volver a un lugar que considero mi casa, pero con el nuevo desafío de dirigirlos, por más que venga con la experiencia de dirigir otros grupos; me pongo a prueba con una compañía de nivel artístico impresionante”. El resultado fue muy positivo: “Los bailarines lo hicieron muy fácil, me recibieron muy amablemente, estoy tan agradecido. Quiero que ellos se emocionen también, estamos todos en el mismo viaje”.

 

Potenciar los recursos

La experiencia de Martini en dirección de actores fue muy provechosa para ciertos aspectos interpretativos de la obra, pero él también valora la permeabilidad de los bailarines y su actitud propositiva: “No son pasivos, se mandan y proponen y después uno ve qué sirve al cuento”. Berrueta también señala lo fundamental de la participación de Martini en el armado del final de la obra: “Hay un espectro que se encuentra con el personaje principal y hay que darle vida hay un objeto inanimado. Después de una obra de mucho movimiento, los bailarines deben desaparecer de repente, pero estando en escena, para que la atención vaya a ese espectro. Son protagonistas, pero al mismo tiempo tienen la humildad de correrse en ese momento. Eso habla del talento de Claudio y de la generosidad de los bailarines para entregarse a esta propuesta”. Martini hace hincapié en que se trata de una obra despojada, en la que “se maximizó todo lo que pudieran dar los doce bailarines para conseguir, en este caso, el efecto del espectro, con la luz y la música”. “Lo bueno de potenciar estos recursos –agrega Berrueta– es que la obra queda para el repertorio y se puede transportar, es más amable para una gira”.

El eco de las manos tiene, en palabras de Martini, “una energía muy contagiosa. A nivel emocional moviliza al público, porque el tacto queda resonando en el tiempo”. “Como hijos somos parte de ese eco y lo transmitimos a través de las generaciones”, expresa Berrueta. A veces la sensación de la caricia, el abrazo, el contacto físico como un todo perdura y su cálido recuerdo tranquiliza. El eco de las manos nos invita, como escribe su coreógrafo, “a mirar con gratitud los ecos del pasado para valorar el sentir de nuestro presente”. 

 

 

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