ENTREVISTA CON MARCELO SAVIGNONE

EL TEATRO COMO MOVIMIENTO

“Siempre me ha interesado qué mueve al cuerpo y le da impulso. En Ensueño nos vamos a encontrar con una obra de movimiento que intenta tener un contenido, que lo ayuda a transformar cierta realidad”.

Carlos Furman

“Siempre me ha interesado qué mueve al cuerpo y le da impulso. En Ensueño nos vamos a encontrar con una obra de movimiento que intenta tener un contenido, que lo ayuda a transformar cierta realidad”.

Para el director, dramaturgo y actor Marcelo Savignone, figura destacada de la escena independiente, fue una sorpresa cuando la dirección del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, integrada por Andrea Chinetti y Miguel Ángel Elías, lo convocó para desarrollar un proyecto con los bailarines de la compañía. “Propuse hacer Ensueño, que trata sobre los mitos latinoamericanos. Una suerte de museo donde cobran vida las narraciones de esas historias que dan sentido a la existencia”, afirma el director. “De estas narraciones se desprenden los mandatos, hasta la llegada del mito personal, el lugar donde cada intérprete va encontrando un sentido a su existencia”. 
Con algo más de tres meses para el montaje, el director inició con los bailarines este intercambio entre dos mundos diferentes, la danza y el teatro, hasta que esas diferencias demostraron no ser tales. “Nos dimos cuenta de que nos llevábamos mucho mejor de lo que creíamos. La propuesta llegó a los cuerpos de los intérpretes”. Savignone, acostumbrado a trabajar con los cuerpos de los actores en escena, fue descubriendo con los bailarines el material. “Para mí, más que de danza es una obra de movimiento dramático. A partir de empezar a conocer a cada persona, más allá de la técnica, de su saber, empecé a trabajar con sus experiencias, su cuerpo, sus sentidos, su infancia, con sus ganas. Eso ha sido el trabajo”.

–¿Le resultó fácil propiciar en los bailarines el juego actoral? 
–Me  encontré con un grupo formidable, con ganas de experimentar, trabajar y  desafiarse, que siempre me conmueve. Me gusta mucho hacer y, cuando me encuentro con personas con las mismas ganas, siento que no vamos a tener techo. Eso es muy inspirador. Llego al estreno con unas ganas enormes de continuar el trabajo en mi proceso como artista. Representó un gran desafío, que también siento como un comienzo. 

–¿Cómo armó el equipo de trabajo? 
–Trabajé con quienes estreno obras en el circuito alternativo, equipo que propuse al San Martín y enseguida empezó el intercambio. La escenografía es de Gonzalo Córdoba Estévez, el vestuario está a cargo de Mercedes Colombo, las luces, de Ignacio Riveros. Somos una pequeña familia que se atreve a crear y se mete en estas aventuras. Se sumó la música de Diego Frenkel, que le dio una calidez a este museo tan sórdido.  

–Para el Ballet es bastante típico trabajar con coreógrafos invitados. ¿Cómo fue su abordaje en este caso? 
–Comencé con un trabajo de máscara neutra, que es una máscara pedagógica para conocerlos, tratando de hablar de lo que conozco del teatro a través de la danza, de lo que significa el movimiento. La primera semana trabajamos para conocernos y luego comencé a disparar el cuerpo a través del gozo, que ha sido tan mal visto por las sociedades. Me interesa que el artista se reencuentre con el gozar, con esa libertad: la escena nos pide constantemente dejar de sobrevivir para vivir. Y una de las herramientas para vivir es el goce. A lo largo de esta búsqueda empecé a habilitar el gozo de cada artista, y ese fue nuestro vínculo de desarrollo. Luego llega la etapa más racional que permite darle forma a eso que surge espontáneamente. Me baso mucho en el mecanismo del accidente de Francis Bacon. Él manchaba la tela y luego descubría de qué se trataba el cuadro. Me gusta manchar el espacio con los cuerpos y empezar a delinear de qué se trata esta obra. 

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