Un perfil sobre la obra de Eleonora Comelli, autora y directora de El porvenir (Cuentos coreográficos)

ESE EXTRAÑO UNIVERSO DE NOSOTROS MISMOS

Eleonora Comelli se destaca en el panorama teatral porteño por sus puestas que combinan danza y teatro, con resultados tan cautivantes como insólitos.

Carlos Fuman

Eleonora Comelli se destaca en el panorama teatral porteño por sus puestas que combinan danza y teatro, con resultados tan cautivantes como insólitos.

¿Qué arte es capaz de articular el cuerpo con la arquitectura, la música y la poesía? Claro, la menos realista de todas las artes, la que desafía la habitualidad del movimiento humano hasta transformarlo en síntesis estilizada del vuelo de los pájaros, o en metáfora palpable de los sentimientos: la danza. Dicho así pareciera entonces que la danza no es para cualquiera; quizás lo sea para aquellos iniciados cuya predisposición corporal los lleve más allá de sus posibilidades, esos para los que la gravedad desaparece del aire cuando a los músculos los insufla el viento, y para esos a quienes, sobre el escenario, tienen como única edad posible los años de la eternidad.

Pero no. La danza no es solamente virtuosismo, porque si el bailarín conserva la armonía del patrón coreográfico y sigue el ritmo del sonido, casi podríamos arriesgarnos a decir que cualquiera puede bailar. La danza, pues, es pura expresión para todas las edades. Y todos los temas pueden ser temas de la danza, todo se puede bailar. Las vacaciones, los celos, ser padre o madre, tener una sombra o volverse viejo. Y al mismo tiempo la danza constituye escena y cuenta historias, por lo que el teatro es parte de su tejido íntimo y el techo donde se cobija. De esto conoce bastante Eleonora Comelli porque en su obra, hasta el momento, la danza y el teatro son indisolubles, o indivisibles, o inseparables. Y los dos se transforman en algo distinto, o incluso hasta en algo nuevo.

A Eleonora Comelli le gusta desdoblar a los bailarines en actores o, por ejemplo, a su abuela en bailarina. En su celebrada pieza Domingo, algún fragmento de la historia de su abuela se corporiza en la elasticidad de un trío de bailarines, mientras la abuela circula entre ellos como si recordara esos hechos, o como si los pies siguieran el compás de la memoria. La escena transforma en ficción aquello que late en las evocaciones de la abuela María Teresa Vlk, por lo que este cruce de registros (a lo mejor inédito) le daba al espectáculo un rasgo de autenticidad no sólo poco común, sino muy cercano a lo posiblemente verdadero.

Luego, tanto en Linaje como en Qué azul que es ese mar, los hijos propios y los cruceros ajenos nos cuentan la raíz común de lo fantástico, pues observar el futuro desde el presente embellece el pasado, o lo vuelve tan tenebroso como luminoso sea posible. Porque, ¿cómo puede ser que seamos nosotros si no nos reconocemos en nuestras propias acciones? Él, desde el folletín y el melodrama, y El hombre que perdió su sombra desde el cuento maravilloso, le permiten al espectador observarse a sí mismo al tiempo que observa el derredor, como si el escenario se licuara y la danza fuese, junto a la palabra, un mismo pulso que crece en la intensidad de la acción.

Eleonora Comelli destaca entre sus pares por ser imprevisible. Aunque se valga de elementos multimedia para narrar sus historias, nada en el escenario escapa a la propia experiencia del espectador. O no vamos a reconocer que todos corrimos nuestra sombra por el patio y la vimos agrandarse hasta volverse monstruosa o divertida. Y es ese disfrute el que nos involucra, porque lo que ocurre en escena que nada en las profundidades del mar, o a la que se la lleva un ventarrón, o que destaca en el conjunto porque se siente especial) entra en consonancia con el desacostumbrado, extraño, inaudito, mundo propiamente intransferible de cada uno de nosotros.

  

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