Garbo, el cine sonoro y O’Neill

“¡Garbo habla!” Así promocionaban en 1930 "Anna Christie", la primera película en la que la actriz nacida en Suecia y una de las mejor pagas de la era dorada de Hollywood, se expresaba con una voz ronca y grave.

Dirigido por Clarence Brown (hubo otro también al año siguiente, protagonizado igualmente por Greta Garbo, filmado en Hollywood pero en alemán y dirigido por Jacques Feyder), este film del incipiente cine sonoro estaba basado en la obra homónima de Eugene O’Neill, escrita en 1920. Habían pasado diez años desde su estadía en Buenos Aires, pero en esta pieza evidentemente recoge esa experiencia pasada como marinero en el barco noruego que recaló allí (entre otras vivencias de los intensos meses que vivió en esta ciudad), así como de su estancia en Sudáfrica y de la última parada de esta gira marítima, la misma Nueva York, donde ocurre parte de la acción de Anna Christie. León Mirlas, escritor argentino, traductor y estudioso de la obra de O’Neill (elogiado por su sagaz mirada en intercambio epistolar por el mismísimo dramaturgo), repasa en su libro O’Neill y el teatro contemporáneo lo que fue su paso por Buenos Aires: “Sin dinero y varado en esta ciudad, se lía a puñetazos con los pianistas de los viejos cinematógrafos de Barracas, pasa hambre y duerme en los bancos de Paseo Colón, trabaja en las oficinas de la Westinghouse y la Swift de La Plata y de la Singer bonaerense, bebe sin tasa, corre juergas, vuelve a contratarse como marinero, se va a Sudáfrica y regresa finalmente en Nueva York”. Y luego continúa aportando detalles de su llegada a la ciudad estadounidense; allí “se aloja en la taberna de Jimmy The Priest, situada en la zona portuaria. En este pintoresco tugurio, asediado por las ratas y donde una habitación costaba tres dólares mensuales vivió el futuro Premio Nobel de Literatura y descubrió la atmósfera de uno de sus dramas de más intensa sugestión poética, Anna Christie…”. Pero en esta obra por la que O’Neill ganó un Pulitzer, hay distintas referencias que dan cuenta de todo su recorrido como marinero. El ambiente que lo marcó no es sólo el de Nueva York, sino también el de los distintos puertos que frecuentó, las mujeres que se cruzó, los bares en los que bebió, los hombres con los que se enfrentó.

 

En Anna Christie el mar es uno de los grandes protagonistas. Está casi personificado en los parlamentos del sueco Chris Christopherson, padre de Anna, cuando habla de la locura que provoca. Y Anna se identifica con la niebla omnipresente, que se convierte en otra de las protagonistas y la hace sentirse limpia. Su imagen es particularmente retomada en el film, en sus partes menos teatrales, ya que es una película que sucede en mayor medida en espacios interiores, en primeros planos que muestran los dramáticos gestos de la Garbo. La actriz, que recibió una nominación al Oscar por este trabajo, interpreta a una prostituta que de repente debe develar a su padre —viejo marino sueco, capitán de una barcaza, y a quien no volvió a ver durante 15 años—, y a su novio —un marinero náufrago que conoce mientras se queda con su padre—, a qué se dedicó en el último tiempo, así como su oscuro pasado de abusos. Si bien el personaje de Anna es muy sufrido, la película tiene la virtud de generar ricos contrastes, acentuando la comicidad en las grandes actuaciones de George F. Marion (el padre de Anna) y Marie Dressler (una vagabunda y suerte de compañera de Chris).        

 

Si bien los dramas de O’Neill tienen una impronta más bien trágica, le han reprochado que el final de Anna Christie tiende más a un “happy end”. Sin embargo, según Mirlas es sólo aparentemente así: “Por lo pronto, el final es lógico y humano (…) Puede preverse que el drama subsiste, que está latente y reaparecerá algún día. ¿Qué sucederá cuando, en la paz del hogar, resurjan las imágenes de los hombres que han pasado por la vida de Anna?  Evidentemente, O’Neill ha buscado el desenlace más lógico para la situación dentro de la línea psicológica de los personajes, pero no confía en salvarlos. A lo sumo les da una oportunidad, ‘a chance’, como dicen los norteamericanos”. Mirlas ubica a la obra en el marco de una cierta periodización en la producción del autor,  como “fruto de la etapa social de O’Neill, de las inquietudes izquierdistas que lo llevaron al grito de combate de El mono velludo. El dramaturgo quiso plantear el problema de la obrera desamparada en la vorágine de las ciudades. Pero se limitó a sugerirlo, a abocetarlo. Y en vez de un alegato, escribió un poema de amor. Lo cual era inevitable, ya que O’Neill es, antes que nada, un poeta que se expresa teatralmente”.     

 

La película profundiza el rasgo romántico de la obra con escenas muy hollywoodenses del género del melodrama, y a su vez Elsa Tiro también toma del lenguaje cinematográfico en cuanto a la utilización de los planos y algunos guiños del cine de género, en especial del film noir. Pero por sobre todo, Anna Christie surca las aguas de la obra de Demaría y Cáceres como una gran referencia en distintos niveles y hasta se discute muy lúcidamente su final.  

 

V.E.

 

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