ENTREVISTA CON EL DIRECTOR EDUARDO GONDELL

La artesanía de lo teatral

Tras destacarse en los últimos años por su trabajo en proyectos audiovisuales para grandes estudios, el director de la pieza estrenada en el Cine Teatro El Plata celebra volver a disfrutar ese potencial de teatralidad que sólo brinda el escenario

Por Carlos Diviesti

 

Con Julia Calvo, Jorge Suárez, Claudio Martínez Bel y Alicia Muxo, entre otros de los integrantes del recordado grupo “El Teatrito”, Eduardo Gondell dejó una huella en el teatro argentino a mediados de los ochenta gracias a las versiones de El médico a palos de Molière o el Otelo shakespeariano, en la primera como actor y en la segunda como director, ambas estrenadas en el Teatro Nacional Cervantes. Formado con maestros como Francisco Javier, Julian Howard y Rubens Correa, a Gondell se le recuerda también por los montajes de He visto a Dios de Francisco Defilippis Novoa –otra vez en el Cervantes-, y de La Bernhardt de John Murrel, con Alicia Berdaxagar y Jorge Suárez, en Patio de Actores. Luego la profesión lo llevó a la pantalla, de la chica a la grande: trabajó para Disney, Discovery y Telefé, fue director de contenidos de Illusion Studios, y dirigió los largometrajes animados Valentina, la película (2008) y La gallina Turuleca (2019), este último ganador de los premios Goya y Platino en su categoría. 

Pero al principio de todo hubo un paneo, de izquierda a derecha, que lo encuentra en primer plano, a los dos minutos treinta y ocho segundos de proyección, en la primera película ganadora del Oscar para el cine argentino, lo que inevitablemente nos lleva a preguntarle: 

–Eduardo, ¿usted empieza su carrera en el teatro o en el cine? 

–Empecé en el viejo Conservatorio Nacional de Arte Dramático, que actualmente es la Universidad Nacional de las Artes. Me fui a inscribir en dirección, pero la señora que me atendió me dijo que no estaba esa carrera. Era muy jovencito y ya me estaba yendo cuando la señora me dijo: “pero anotate como actor, porque es importante que un director sepa qué es la actuación”. Entonces me anoté. Tuve la suerte de compartir mi carrera con Jorge Suárez, Julia Calvo, el Puma Goity, Claudio Martínez Bel, Alicia Muxo… La cuestión es que después vino la democracia, entré en la Escuela Municipal de Arte Dramático a estudiar dirección con Rubens Correa, y con mis compañeros armamos un grupo que se llamó “El Teatrito”. Pero en paralelo, como ya terminaba el Conservatorio y nunca había trabajado profesionalmente, fui a una audición para acompañar a un compañero y quedé para La historia oficial. Ese fue mi primer trabajo profesional. Aclaro que hice de alumno del colegio en el que dicta clases Alicia Marnet de Ibáñez, el personaje de Norma Aleandro…

–Participó como actor y dirigió montajes de varios clásicos antiguos y modernos. ¿Qué le atrajo de La ternura? ¿Su universo lúdico o las referencias shakespearianas?

–Una combinación de las dos cosas. Por un lado, el referente de lo shakespeariano me seduce, más aún en la comedia, por la teatralidad que propone. En los últimos años, que trabajé tanto en proyectos audiovisuales, más ligados al realismo y al naturalismo, lo que me llamó la atención de La ternura fue esa teatralidad que propone para despegarme de todo lo demás. Me parece que hoy el teatro tiene que hacer fuerza en su potencial de teatralidad, precisamente porque todo lo audiovisual concentra lo verosímil, lo cotidiano, el mundo hiperreal, aunque sea fantástico, con un nivel muy importante de realización y de efectos especiales. Por eso, creo que el teatro tiene que estar muy apoyado en la actuación. Esta obra es de un autor que tiene un estilo muy shakespeariano, aunque actual. Sanzol se remite al 1600, toma el estilo de las comedias shakespearianas y juega con fragmentos de sus obras, pero a la vez es indudable que está escrita hoy.

–A usted, que dirigió películas animadas donde todo está bajo control, ¿le cuesta mucho apartarse de cada rubro puesto sobre el escenario?

–A ver… lo que pasa es que el trabajo teatral es muy distinto al del cine de animación. Pero hay cosas que son muy útiles, que tienen que ver con el trabajo de la precisión, con el ritmo, y que resulta muy bueno para intercambiar entre una y otra disciplina. Por lo menos no me genera un conflicto, al contrario: me interesa trabajar en un proyecto de animación, de repente dirigir un videoclip, hacer una serie y, como en este caso, el honor y el placer de montar esta obra para el Complejo Teatral de Buenos Aires.

–¿Cómo es el montaje de La ternura? 

–Justamente por trabajar con lo tecnológico, no solo en animación sino también para series de plataformas como Disney o Discovery, aquí y en México, series con muchos efectos especiales, de La ternura me interesó poder volver a las fuentes, a la artesanía de lo teatral. Por eso diseñamos con Marlene Lievendag un espacio geométrico, casi como una versión hipermoderna del teatro isabelino, de sectores neutros, donde el sentido lo daba el actor con la escena porque no había una escenografía figurativa, realista. Acá buscamos un espacio que tenga desniveles, líneas de fuga, que permita esconderse, jugar. 

–¿Cómo es la experiencia de trabajar con sistemas actorales tan distintos? 

–Voy a ser sincero: La ternura es un homenaje a la actuación. Quise que hubiera tres generaciones de actores y de actrices, para que en el transcurso de los ensayos y, sobre todo, en la etapa previa al estreno, intercambiaran elementos técnicos y estéticos sin darse cuenta, más allá de la indicación del director. Se produce así una homogeneidad propia de la convivencia, pero en la que hay algo en común en la actuación, más allá del tiempo, en la conexión con el compañero o con la compañera. Cada uno tiene elementos para darle al otro. Cristina Alberó y Antonio Grimau, su talento impar y la experiencia para conquistar al público a pura química y complicidad gracias a los años de trabajo sobre de las tablas; Anita Martínez y Marcelo Mazzarello, su impresionante crecimiento profesional… Esto es parte del lenguaje de este espectáculo: que el espectador vea un espectro de generaciones y no solamente a un grupo de actores que interpretan personajes. En La ternura nos damos el lujo de mostrar una paleta que va desde la generación más joven a la más adulta, en plena actividad y en su potencia absoluta. Realmente, Cristina y Antonio están haciendo un trabajo fantástico y no habitual en ellos. Porque, aunque hayan hecho millones de trabajos, me parece que esta comedia representa un desafío para ellos porque, como en toda comedia clásica, sus personajes se vuelven muy grotescos y muy crueles. Lo mismo en el caso de Anita y Marcelo, al transitar un texto que escapa a lo cotidiano y que se mete en una cuestión más irónica y poética. Y ni hablar en el caso de Juan y Valentina, donde la emoción está en poder ser parte de este elenco y de un proyecto del Complejo Teatral. Una emoción que personalmente también la vivo en cada ensayo junto a ellos, casi como cuando recién empecé.

 

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