ENTREVISTA CON EMILIANO DIONISI

LA ARTISTA DETRÁS DE LA OBRA

Recuerdos a la hora de la siesta recupera el mundo poético de María Elena Walsh y lo proyecta a un tiempo sin edad, de disfrute lúdico, con letras y melodías originales. Una celebración del juego, la fantasía y la libertad.

Detrás de toda gran obra, hay un gran artista. Sin duda es el caso de María Elena Walsh, capaz de captar como ninguna la sociedad de su tiempo y trascender generaciones. El director Emiliano Dionisi en Recuerdos a la hora de la siesta, toma el universo poético de María Elena, pero no encontramos allí sus melodías, personajes o textos teatrales (Doña Disparate y Bambuco, Canciones para mirar, por ejemplo). Nos enfrentamos, sobre todo, con la figura de la niña artista, aquella que mira el mundo de forma crítica, lúdica y sensible. Este musical para toda la familia invita a imaginar la infancia de la entrañable María Elena, y se conforma como una crítica a las instituciones y a la educación “formal” – ya sean la escuela o el teatro, como lugares donde quedarse quieto y en silencio–. Cualquier tipo de formalismo que cercene la libertad de expresarse, cualquier no, es transformado por un sí. La capacidad de imaginar formas nuevas que descubren la vida y sus maravillas. 

El espectáculo se propone, también, como un espacio de encuentro. No es una propuesta para niños con guiños a los adultos, o un espectáculo para adultos que un niño puede acompañar. Todo está teñido de la mirada de la protagonista, a través de sus ojos vemos el mundo: la visita al médico, una lección escolar sobre los animales, el té con las tías, y un desvío del camino “recto” que lleva a la escuela “normal”, y que incluye encuentros con zares y mariposas. El espacio es lúdico, desordenado, lleno de tesoros escondidos, con entradas inconvenientes, libros, teteras y radios, y otros objetos inesperados fuera de proporción, en una escala desmedida que se corresponde, tal vez, con la imaginación o los sueños.

“Monté un esqueleto de la obra en las primeras cuatro semanas. Les advertí a los actores que iba ser mucho trabajo, porque hubo mucha información que absorber”, afirma su autor y director, Emiliano Dionisi. El espectáculo cuenta con integrantes del Grupo de Titiriteros y el Ballet Contemporáneo del San Martín, lo cual hizo complejo establecer un cronograma de ensayos, sobre todo para el coreógrafo, Alejandro Ibarra. Ocuparon simultáneamente dos salas de ensayos, para los titiriteros y los bailarines, y hasta el hall de la Casacuberta, donde pudieran entrar títeres de gran proporción. “Hicimos bastante lío en el teatro y eso me encantó. Fue un disfrute pleno estar aquí dentro. Llegamos a la semana del estreno contentos, maduros y sobretodo orgullosos de lo que hicimos para poder compartirlo.”  

 

¿Cómo imaginó el espectáculo? 

Al sentarme a pensar una propuesta pienso una experiencia que quiero que viva el espectador, y a partir de lo cual se ramifican el resto de las ideas, la estructura, la infraestructura que puede estar arriba del escenario. Todo gira en torno a una sensación que quiero que el público viva. Es un espacio para compartir entre niños y adultos, con distintas capas. Es lo que más amo de mi trabajo, generar un encuentro con base en el teatro. Incluso para los once, doce y trece años, que es una edad donde se quedan un poco afuera de los espectáculos infantiles y de los espectáculos de para adultos. 

 

¿Qué elementos tomó del universo de María Elena? 

Hay elementos de su vida personal, ideas rescatadas de entrevistas, de sus poemas. Me fascinó la mujer detrás de todo ese material, quien ve el mundo de una manera distinta. Detrás de ese mundo poético tan crítico con su realidad, hay una mujer que podía ver con ese matiz, y me abracé a ese personaje. Entonces propuse una especie de precuela imaginaria sobre la infancia de María Elena Walsh que tiene datos reales y después es todo imaginario, aquello que le podría haber sucedido para inspirarse en lo que después se convirtió su obra. 

 

¿Cómo fue el trabajo con los cuerpos estables del San Martín, los titiriteros y los bailarines? 

Fue un honor y una responsabilidad trabajar con ellos. Por supuesto conocía el trabajo de los dos elencos, que me ofrecieron su material humano a disposición. Es hermoso trabajar con cuerpos entrenados, que tienen años de material compartido, con una expertise tan fuerte y maravillosa. El público agradece muchísimo esos cuerpos que hablan y se expresan. Cuando empecé a escribir el material sabía que iba a ser con estas condiciones de producción, con la presencia de los titiriteros y los bailarines.

 

¿Por qué eligió la sala Casacuberta?

Es una sala conmovedora, para mí es la más bonita del Complejo. El público está muy cerca de lo que está sucediendo, y si bien para el actor es un poco complicado, porque no tiene punto de descanso la vista: hay ojos a donde mires. Para esta propuesta me parecía ideal que el público pudiese estar encima de lo que sucediera. 

 

¿Cómo concibieron el diseño de escenografía y vestuario?

Con Gonzalo Córdoba Estevez pensamos una especie de laberinto de hámster o de hormiguero que uno pudiera recorrer y encontrar un montón de recovecos donde meterse. Vemos el mundo a través de su protagonista, también en el vestuario, de la maestra, de sus tías, de sus padres. Esa fue la premisa fundamental. Esos cuerpos se desplazan de una manera porque ella siente opresión o alegría. Elegimos también que haya música en vivo, ya que hubiera sido contradictorio subirse a la tiranía de una pista en algo que habla sobre la libertad y lo lúdico. Martín Rodríguez, el compositor y director musical, hizo que todo sonara a la perfección. Parece que la música está saliendo de esa montaña de objetos y personajes, como una bola amorosa y potente. 

 

¿Cuáles fueron los mayores desafíos de este trabajo? 

Vencer mis propios prejuicios en tanto qué se podía tocar o jugar con el material de María Elena. Muchas veces estuve tentado que María Elena se ponga sobre la página o sobre lo que escuchamos, para el público que viniera buscando sus canciones o sus personajes. Sin embargo, desde nuestro enfoque, aunque no esté literalmente sobre la escena la poética de María Elena, su universo es tan poderoso que gana escenario y está muy vivo.

 

¿Qué significa para usted trabajar en un teatro público? 

 Abrazo el rol del teatro público, poder hacer producciones de calidad, profundas y que eso sea accesible para la gente, que puede ver espectáculos que de otra manera serían inalcanzables. Cumple un rol fundamental en nuestra cultura.  

 

 

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