ALFREDO ALCÓN EN PRIMERA PERSONA

La voz infinita

Más allá de su admirable trabajo en el escenario, Alfredo Alcón también demostró una infrecuente lucidez para reflexionar sobre su oficio. Por eso, en este aniversario de su partida, quisimos evocarlo a través de sus propias palabras, recogidas de entrevistas que brindó a lo largo de más de medio siglo en el Teatro San Martín. En ellas aparece su pensamiento siempre en movimiento, su extrema timidez, su humor exquisito, su compromiso arriba y abajo del escenario.

EN EL PRINCIPIO FUE EL JUEGO
Yo jugaba al teatro antes de conocerlo, antes de haber ido. En la casa de mis abuelos, a la hora de la siesta me disfrazaba –me gustaba cuando había alguna cortina que hubiera para lavar– y preparaba una especie de ceremonia. Y si había alguna abeja muerta –y esto sería un festín para un psicoanalista– la ponía sobre una cajita y hacía un rito. Todo esto, cuando pensaba que estaba solo. Porque me sacaba todo de encima si me parecía que alguien se acercaba. No me gustaba que me mirasen. No como ahora, que me muero si nadie viene a verme…


 

EL CONSERVATORIO Y CUNILL
Creo que de todos los alumnos que pasaron por el Conservatorio fui el peor. Bruto como pocos, porque no sabía nada. Pienso que fui pasando los años sobre todo por lástima: me veían tan desamparado que se apiadaban de mí. Además estaba Cunill Cabanellas, que me quería y protegía. Y creía en mí. Sobre todo en mi cara, pensaba que era ideal para el cine. El día de la graduación me dijo: “No será nunca actor, pero lo parece”.  


LA TRAMPA DE LA EXPERIENCIA

La experiencia anterior, en el teatro, nunca te sirve. Uno siempre está empezando de nuevo cada vez. Si uno se apoya en ella, deja de estar vivo. Por eso es bueno trabajar con quienes no la han adquirido porque esa interacción desmorona cualquier intento estúpido de construirse un edificio. 


LAS GRANDES OBRAS
Las grandes obras son como las personas: demasiado complejas para definirlas. Tendemos a clasificar porque nos da miedo el caos de la vida. 

 




ENSAYO
El teatro es un lugar de ensayo donde el hombre prueba sus posibilidades más altas y sus abismos más hondos. 


MIEDO A LA OCURIDAD
Los que no tienen miedo a la oscuridad no tienen imaginación. 


ESCUCHAR LA PROPIA MÚSICA
No creo mucho en los consejos. Creo que cada uno tiene su propio sonido, su propia música interior. Y eso es lo único que podría decirle a un actor en formación: tratá de escuchar tu música, tu sonido propio y personal. 





EN LA PANTALLA

Cuando me miro en un film, nunca sé si estuve bien o mal. Es como cuando contás un chiste: los demás saben si les causó gracia, pero uno no. Admiro a esos actores que se ven en la pantalla y se emocionan. Yo me veo y no siento nada. Me pregunto: “¿Y ésta es la intensidad que uno cree alcanzar cuando está interpretando un papel?”. 


ACTOR Y DIRECTOR
Las relaciones entre los actores y los directores son complejas. Porque tienen que serlo. En gran medida, porque existe un equívoco en el reparto de responsabilidades. Muchos suponen que el director tiene que ser aquél que lo sabe todo y está a una altura a la que el actor, que es un pobre estúpido, tiene que llegar. Y no es así. A mí me gustan los directores que, aunque no lo crean, te dicen: “Yo no sé cómo se hace esto. Vamos juntos”. 


EJERCICIO DE APROXIMACIÓN
Leo mucho la obra. Todos los días, aún cuando la estoy interpretando. Me alimento mucho de eso. Sobre todo, cuando es una obra importante. Las grandes obras son para los actores como ejercicios de humillación. Uno sabe que nunca va a estar a la altura de Hamlet, que nunca llegará a la altura del personaje. Pero ese ejercicio de aproximarse lo más posible ya es un logro que te hace crecer. 





LAS VENTAJAS DE LA FRAGILIDAD

La fragilidad del actor en el escenario es lo más hermoso que tiene el teatro. Y todos los que estamos allí somos seres frágiles y lo estamos demostrando todo el tiempo. Una de las mejores cosas que podemos decir de los seres humanos es que somos frágiles. 


ELOGIO DE LA LOCURA
El ser humano es lo que es de acuerdo a sus miserias y a sus virtudes, a sus creaciones y a sus deformaciones imaginarias. Me parece loable alguien que se refugia en su utopía en este mundo sin sueños. El que defiende lo que es, su propia esencia por sobre lo razonablemente correcto, me llena de ternura y de simpatía. Porque lo más conveniente es parecerse al resto de los mortales. Nada más antinatural: todos somos diferentes y únicos. El respeto por ciertas zonas que los demás pueden considerar locura, y a lo mejor es lo mejor que uno tiene, es necesario para tener mejor vida.


EL SAN MARTÍN
El San Martín es para mí mucho más que recuerdos o evocaciones. Forma parte de mí. No recuerdo diariamente que tengo brazos o que tengo ojos: están conmigo, me acompañan desde siempre. Eso me pasa con este teatro: tengo San Martín. Entro y me siento lleno de afecto, se me recibe con alegría, con reconocimiento y respeto. Es una relación que se ha ido construyendo con el tiempo y el trabajo. Conozco las paredes, los escenarios. Y lo que es aún más importante: conozco a las personas que lo pueblan, que le dan vida y sentido, que lo sostienen cotidianamente. 





UNA COMUNIÓN MÁGICA

Me gusta mi profesión cuando se produce ese milagro en que estamos unidos al público los actores, el autor, los técnicos y todos, espectadores y artistas, respiramos de la misma manera, con el mismo ritmo espiritual. Esos momentos son de una comunión mágica. 


PALABRAS Y MÚSICA
En el teatro, las palabras son también un equivalente de la música. A mí me gusta que las actuaciones y la dirección se parezcan a un pentagrama, que tengan respiración y sonidos.


AYUDAR Y AYUDARSE
Tengo la impresión, y tal vez sea una vanidad estúpida, de que a través de mi oficio, con una palabra, con un pensamiento de un buen autor, me puedo ayudar a mí mismo y al público a ver un poco más claro o, al menos, a darse cuenta de que las cosas tienen su misterio. 

 

Selección de textos de Pablo Lettieri



El primer actor argentino

Uno de los actores más notables, talentosos y queridos de la Argentina, Alfredo Alcón (1930-2014) es un emblema del teatro y el cine nacional. A poco de egresar del Conservatorio, su rostro de belleza clásica y austera le sirvió para convertirse en galán de grandes divas del cine argentino de los años 50. Aunque su verdadero debut –cuando Alcón comenzó a ser Alcón–, fue tras su protagónico en Un guapo del 900, dirigido por Leopoldo Torre Nilsson, con quien luego trabajó en Boquitas pintadas, La maffia y Los siete locos. También filmó a las órdenes de grandes directores como Lucas Demare, René Mujica, Luis Saslavsky y Leonardo Favio. Pero fue el teatro su verdadera gran pasión y donde más brilló, gracias a su exquisito patrimonio expresivo, a su capacidad de asumir riesgos y de recuperar para el escenario esa cualidad sacrificial que está en el origen del oficio teatral. Alcón interpretó personajes de obras de William Shakespeare, Federico García Lorca, Arthur Miller, Tennessee Williams, Henrik Ibsen, Eugene O'Neill y Samuel Beckett, entre muchos otros clásicos. En el Teatro San Martín, desde su debut en 1963 en Yerma de García Lorca, junto con María Casares y dirigido, nada menos, que por Margarita Xirgu, pasando por ese Hamlet memorable que protagonizó a comienzos de los ochentas a las órdenes de Omar Grasso y que se convirtió en una puesta paradigmática para la escena en plena dictadura militar, Alfredo Alcón entregó a lo largo de medio siglo sus actuaciones más destacadas, al punto de que su nombre quedó asociado para siempre a la institución: Los caminos de Federico sobre García Lorca y La tempestad de Shakespeare dirigido por Lluis Pasqual, Ricardo III de Shakespeare por Agustín Alezzo, Peer Gynt de Ibsen otra vez a las órdenes de Grasso y Las variaciones Goldberg de Tabori dirigido por Roberto Villanueva. Hasta su premonitoria última actuación en Final de partida de Beckett, que él mismo quiso dirigir como despedida del teatro y de la vida. 

 

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