LLUVIAS

A propósito de la exhibición de los títulos de la Trilogía del lago helado, del realizador argentino Gustavo Fontán, se reproduce aquí un fragmento del libro que dio origen a la trilogía, escrito por el realizador junto con Gloria Peirano, editado por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata y cuyo lanzamiento se produce en coincidencia con la proyección de la Trilogía en la Sala Leopoldo Lugones.

 Marzo de 2015

 

El sol, en esta época del año, entra durante quince minutos a la casa de Mario. La habitación y los objetos que están a su alcance van de la sombra a la sombra, con ese intervalo de luz móvil sobre ellos. Mario quiere registrar ese tránsito de la luz y arma un dispositivo con su cámara súper 8 para que dispare cada treinta segundos. Coloca algunos objetos sobre el piso de madera, se asoma cada tanto para mirar el cielo entre las paredes del edificio. El gato llega solo detrás de los rayos de sol.

 

Me acuerdo de una lluvia en Cosquín, donde pasábamos unos días de vacaciones. Yo tendría unos seis años. Fue breve y feroz. Así permanece en mi memoria, desbordando calles y ríos, aullando con una especie de furia inédita para mí hasta entonces. Esa noche soñé con un río que corría por los pies de mi cama. Todavía recuerdo ese temor, el esfuerzo porque no me arrastre. 

 

Un saber que se funda en la experiencia. Un lenguaje que ponga de manifiesto esa experiencia. Un cuerpo bajo la lluvia (no hay que filmarlo).

 

De pronto me acordé de algo. Proyectábamos hace algunos años La orilla que se abisma en un pueblo de Entre Ríos. El público era variado, algunos  habían leído la poesía de Juan L. Ortiz, otros no. No eran demasiados los espectadores, unos veinte. Quizás por eso pude prestarle atención a una  mujer, de unos setenta años, en el fondo de la sala, que  permaneció inmóvil durante el rato que duró la charla posterior. Parecía prestar atención a los comentarios, pero también ajena a todo, como hundida en un estado indescifrable. Terminó la charla, la mujer se acercó y me dijo: “Toda mi vida viví en el campo… esa tormenta me dio miedo”. Se refería a una pequeña secuencia de la película. No dijo nada más, me miró unos instantes y se fue. Ahora pienso en el poder afectivo de la lluvia, de su ligazón emocional con todos nosotros. Hay algo primario en ese vínculo con la naturaleza, un modo de estar a merced de, una forma de intemperie. La lluvia despliega en nosotros un saber de características dobles, ancestral y arcaico, por un lado, personal por otro. 

 

La distancia entre una lluvia y otra lluvia. La distancia, lo que entiendo por distancia en este caso, es casi paradojal: es la del tiempo y la de la experiencia. (La experiencia es doble, la del relato, y la de cada uno con la lluvia). Por fuera del valor metafórico, espero que la lluvia coloque al espectador en una especie de sensación de intemperie.

 

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