ENTREVISTA CON ANALÍA GONZÁLEZ

LO QUE NOS UNE Y SEPARA

A propósito del reestreno de Hasta siempre en el Hall Central Alfredo Alcón, la directora Analía González vuelve a explorar con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín la belleza, la incertidumbre y el misterio que generan los vínculos. “Esa fuerza que nos mueve a ser en el otro”.

A propósito del reestreno de Hasta siempre en el Hall Central Alfredo Alcón, la directora Analía González vuelve a explorar con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín la belleza, la incertidumbre y el misterio que generan los vínculos. “Esa fuerza que nos mueve a ser en el otro”.  

 

‒¿Cuáles fueron las primera imágenes para crear Hasta siempre?

‒Cuando Mauricio Wainrot me llamó para montar esta obra en el 2015, la segunda que hago para el Ballet del San Martín, me encontraba en un momento especial. Me puse a trabajar a partir de la teoría del vínculo de Enrique Pichon-Rivière, que estaba leyendo en ese momento. También, a través del vínculo creativo que iba estableciendo con la compañía: cómo nos acercábamos o alejábamos. Cómo había sido modificada nuestra relación en el montaje anterior, algo natural en los seres humanos. 

 

‒¿Qué vínculos afronta la pieza?

‒La obra trata de los vínculos con las personas, ya sean impuestos, elegidos y cómo van mutando a través del tiempo. La amistad, el recuerdo de la niñez, la vejez. El amor de alguna manera es la base: los vínculos están medidos por el amor y el desamor. No es una obra temática, que tenga un argumento. Lo que me interesa es mover, la sensación de mover a otro, de conmover: qué se mueve en el espectador cuando ve la obra, aquello que lo vincula con lo que ve. En una charla con mi hijo, cuando tenía cinco años, me preguntó hasta cuándo iba a ser mi hijo y yo su mamá, y le respondí: “Hasta siempre”. Eso que es hermoso y a veces impuesto, hasta dónde y cuándo las relaciones.    

 

Hasta siempre parecería sonar a despedida, como algo que remite a un duelo…

‒También lo veo así. Pienso que las personas no se desvinculan cuando mueren, hay algo que permanece. En la obra hay un tema con la memoria y con el recuerdo. Sin embargo, el título me lo dijo un niño. Es una obra sensible, simple. Hasta siempre es la sensación de moverse en este concepto del amor y de lo que nos une. Hay algo interesante en el significado de la palabra vínculo, lo que nos une o nos ata. En la definición, primero aparece lo que nos ata, lo impuesto, como una cadena o condena.

 

‒¿Cómo fue acercarse a estos temas desde la danza?

Cuando alguien se dedica a la danza, el cuerpo es su mejor lenguaje, su mejor herramienta para contar. Hay algo indescriptible en el cuerpo que se mueve en acción. Hay una diferencia entre abordar la forma por sí misma y hacerlo desde la sensación física, que genera el tipo de movimiento que me interesa. En el caso del trabajo con el Ballet del San Martín, como teníamos tiempos acotados en la creación, empecé los ensayos con una estructura planteada, que no funcionaba. Entonces tuvimos que empezar de cero, generando el discurso con cada uno de los intérpretes, viendo qué era lo que a ellos los movía y cómo, vinculándose uno con otros, en cadena.

 

‒¿Cómo se logra ese vínculo entre el creador y los bailarines?

‒Empieza con un intérprete, en un solo de danza. A partir del vínculo consigo mismo comienza a armarse la cadena. Con mi compañía tardo un año en montar una obra, pero cuando los tiempos se acortan hay que buscar recursos para que las cosas funcionen. Lo más importante es que los intérpretes se apropien de la idea, la desarrollen y sean felices. En mi opinión no tiene sentido si el intérprete no está cómodo, no puede poner mucho de él y trascender artísticamente. Fue un aprendizaje para mí volver a empezar el proceso, aceptar que no funcionaba, que eso no nos vinculaba, arriesgar a foja cero y volver a empezar.

 

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