EL ASOMBRO QUE PROVOCAN LAS ILUSIONES PROYECTADAS

Sombras, nada más

El teatro de sombras es una técnica antiquísima del universo titiritero que podrá apreciarse en Pulgarcita, el nuevo espectáculo del Grupo de Titiriteros que se estrena en el Teatro Sarmiento. La nota que sigue se interna en esa práctica fascinante de ilusiones proyectadas junto con Pablo Del Valle, director del espectáculo.

Carlos Furman

Hoy, por ejemplo, llueve. Aunque es de día, las nubes “gris oscuro” se interponen a la luz del sol y se proyectan, umbrosas, sobre las veredas. Quizás aquella nube gorda y mullida sea el rinoceronte que aparece a la carrera sobre el pavimento mojado, o aquella otra, triangular, sea el hada madrina que lo detiene antes de que cruce con el semáforo en rojo. Claro, son nubes. Y por supuesto, es nuestra fantasía. ¿Qué más podemos ver cuando nos suspendemos de la realidad? Por qué no al flautista de Hamelin perseguido por ratoncitos sobre las terrazas de los edificios, o al soldadito de plomo y a la bailarina con su lentejuela sostenidos por un solo pie y del bracete, o a la princesa insomne asediada por un guisante sobre una torre de colchones. Hoy, quizás, sea más complicado ver la sombra de una nube porque entre el cielo y nosotros se interponen los edificios, y también porque las ilusiones a lo mejor saturan su color en la pantalla del celular. Pero quién no se asusta si a la noche, mientras sigue la lluvia, una sombra alargada nos sigue en el paredón de la vereda de enfrente…

El teatro de sombras tal vez sea la forma más arcaica del teatro de títeres, y también uno de los antecedentes directos de la proyección de películas. Aunque sus comienzos son mucho más remotos –podríamos especular con que haya sido la forma representacional de la prehistoria, por ejemplo-, las crónicas de viaje de Marco Polo y de los misioneros jesuitas dieron cuenta de las sombras chinescas y de la finura de los diseños pequineses y del Cantón. Luego, revelada la ruta de la seda y establecidos los canales comerciales con el Lejano Oriente, se supo que el teatro de sombras era popular en Java o en la India mucho antes que la dinastía Tang lo consignara en las noticias de su época, hacia el siglo VII. Hay teatro de sombras también en Malasia y Camboya, y durante los tiempos del imperio otomano (mucho, mucho tiempo, el que se extiende entre 1299 y 1922), las aventuras de Karagöz y Hadshivat (dos albañiles que por sus disputas demoraban la construcción de la mezquita de Bursa y que por eso fueron ejecutados) revivieron en la pantalla traslúcida pueblo tras pueblo en todo el orbe del mundo árabe.  

Sea en el mundo antiguo o en la Europa del siglo XIX (por ejemplo, en el cabaret Le Chat Noir de Rodolphe Salis, donde incluso adoptó las formas de la picaresca), el teatro de sombras se caracterizó por conservar las mismas técnicas a lo largo del tiempo: siluetas recortadas de cuero, madera o papel, articuladas con hilos o varillas que las animan, puestas frente a una fuente lumínica detrás de una tela traslúcida y que son acompañadas por música y narraciones. Nada distinto al universo de los titiriteros, pero la posibilidad de adquirir dimensiones portentosas, o de animar el color, o de desafiar la percepción de lo real, transformó al teatro de sombras en una experiencia devota para el público anterior al cinematógrafo. Pablo Del Valle, director de Pulgarcita, incursión del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín en el universo de Hans Christian Andersen y en el teatro de sombras, sostiene que “el desafío es poder crear un mundo a partir de una técnica muy sutil, impalpable, casi sin materia, donde el espectador está del otro lado. Así que una de las dificultades que encontramos justamente es que el público está alejado comparado con otras técnicas, por lo que entonces hay que manipular las siluetas con gracia, con sutileza, con buena técnica, porque un mal movimiento o el movimiento brusco es muy notorio”. 

En el teatro de sombras, dice Del Valle, hay que ser muy precisos. “Hay que tener un tiempo especial, porque el ojo no capta un tiempo muy acelerado. Tampoco se puede ser muy histriónico porque todo pasa por otro lado, por lo que encontrar humor es una gran dificultad. Pero bueno, la gran virtud del teatro de sombras es que es muy bello cuando se representa porque, aunque son sombras de siluetas que se manipulan en función dramática, no es más que plástica en movimiento”.

Otra de las grandes dificultades de esta técnica es su magnitud. “La pantalla de Pulgarcita es grande, y nos la propusimos así porque somos un elenco grande. Nuestro desafío fue generar vida en este mundo, hacer convivir actores y siluetas, y jugar con las escalas para que el espectador pueda ver y entender que Pulgarcita es un personaje diminuto ante todo ese mundo gigante, a veces hostil y siempre fantástico”. Algo así como el mundo fuera del teatro un día de lluvia copiosa, donde las imágenes se diluyen en las gotas y se transforman en sombras, o en nuestras ilusiones.

Por Carlos Diviesti

 

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