LA TASISTO

Una actriz caliente con una mente muy fría

Fotos Carlos Furman

Por Rubén Szuchmacher

Tuve la oportunidad de trabajar dos veces con Elena Tasisto y lamento que hayan sido tan pocas. Para colmo fueron el mismo año, en 2005: Las troyanas de Eurípides, que formó parte del Tercer Festival Konex de la Cultura, y Enrique IV de Luigi Pirandello, con Alfredo Alcón, en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. Dos experiencias absolutamente notables que me permitieron confirmar lo que veía como espectador: Elena tenía una inteligencia actoral por fuera de su marca de época. Esto es lo que siempre me llamó la atención. Ella pertenecía a una generación de actores salidos del famoso Conservatorio Nacional de Arte Dramático, que en general tenían una expresión muy refinada y cierta marca puesta sobre lo textual, pero que no habían tomado contacto con las corrientes stanislavskianas que corrían en paralelo, lo que les permitió seguir haciendo textos del repertorio clásico internacional, algo que los actores stanislavskianos no pudieron hacer. Hay otra característica que me resulta difícil de enunciar, pero podría expresar así: su manejo del verosímil escénico era incalificable, ya que entraba en una zona de la actuación muy profunda, por fuera de cualquier moda. Era una gran actriz porque lograba trascender las características de la época que la habían formado y se renovaba continuamente.




No sé qué le pasaba por dentro, porque se negaba a expresarlo, pero había algo que practicaba todo el tiempo y era trabajar sobre el texto. Diariamente, antes de cada función, lo repasaba para profundizarlo. Transformaba el texto en materia. Era impactante verla en los ensayos y después, función tras función, sobre todo en Las troyanas: todo parecía igual, pero a la vez traía nuevas resonancias. Ella entraba en el texto, lo atravesaba. No hacía del texto un instrumento para su expresión, sino que era la expresión del texto, algo completamente diferente. Un claro ejemplo fue su monólogo de En casa / En Kabul de Tony Kushner: una mujer sentada en medio del escenario que hablaba sin parar haciéndonos creer que pasaban millones de cosas. O la enorme sorpresa de verla bajar una escalera altísima en el Teatro Alvear cuando hizo la Rosaura de La vida es sueño de Calderón de la Barca. ¡Qué bien le cabía el verso! O su papel en Delicado equilibrio de Edward Albee en el Teatro Lasalle. O su increíble Virginia Woolf para Vita y Virginia de Eileen Atkins. 

 

Una actriz magnética por su inteligencia y no por su emocionalidad. Era de un control emocional extraordinario, pero que se desplegaba de una manera abrumadora sobre la platea. Elena era una actriz caliente con una mente muy fría. Eso podría definirla muy bien.

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