LA TASISTO

Una actriz de las palabras

Foto Carlos Furman

Por Luciano Suardi

A fines de 2000, Kive Staiff, director del Complejo Teatral de Buenos Aires, me convocó para dirigir en el Teatro Regio Los derechos de la salud de Florencio Sánchez, en versión de Carlos Pais. “Es con la Tasisto”, me dijo. Sentí una mezcla de gran entusiasmo, felicidad y miedo frente al desafío. Mi primer trabajo de dirección en el Complejo Teatral, en una sala que en ese momento me pareció enorme (venía de dirigir en teatros independientes) y con Elena, a quien admiraba desde mi adolescencia en Rosario, donde la había visto en un programa de intercambio que tuvo el Teatro San Martín con la Fundación Astengo y también en Mar del Plata, en el papel de Ofelia del Hamlet junto con Alfredo Alcón. 

Teníamos que conocernos y me citó para un café en la esquina de su casa. Estaba muy nervioso y, con la inseguridad de no estar a la altura que el trabajo proponía, había hecho todos los deberes, por si me tomaba examen sobre mi mirada de la obra, su personaje. Llegué bastante antes y ella ya estaba sentada. Tenía la mirada baja, mirando mucho la mesa, jugando con sus manos de dedos largos y gestualidad exquisita. Y cada tanto me miraba casi de reojo, con cierta sonrisa pícara. Me di cuenta de que estaba tan nerviosa como yo y eso me tranquilizó. Finalmente, no hablamos nada de la obra, solo de la vida y no me preguntó nada, lo que sí me dejó fue una advertencia: “Mirá que yo no improviso.” Le dije que yo tampoco y que se quedara tranquila.

Elena era una actriz fina, deliciosa y potente, con una intuición e inteligencia escénicas portentosas. Y, a su vez, de una gran disciplina. Durante el proceso de ensayos se nos hizo costumbre a los dos llegar bien temprano, sabía que tenía que destinar un tiempo antes de empezar a hablar con ella. Decía que siempre leía la obra todos los días, y era cierto. Antes de empezar ya había pensado una intención nueva para probar en un parlamento, o había comprendido algo distinto de una situación dramática, o simplemente la discusión sobre una única palabra. Porque Elena construía a partir de las palabras y una a una. Porque decía que todo estaba ahí, en el texto. Porque su consejo en mis trabajos posteriores como actor o director siempre fue: “Leé el texto. Leé el texto. ¡Leé el texto!”

Para mí, la Tasisto era una actriz de las palabras. Por eso, revisitando los parlamentos de Luisa, su personaje en esa obra, repiquetean hoy en el recuerdo su voz y la forma exacta de cómo los decía. Porque además era infalible: una vez que encontraba cómo había que decirlos, los repetía cada función con la misma música e intensidad. Y siempre en escena, viva.

 

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