ALREDEDOR DE “CYRANO DE BERGERAC”

Una fábula de amor que desafía las apariencias

Desde su estreno en 1897 en el Teatro de la Porte Saint-Martin de París, este personaje valiente y leal, hosco y sensible, conocido por su prominente nariz, ha cautivado a los públicos de todo el mundo. La nota que sigue devela los caracteres de la persona real que inspiró su creación, repasa las aproximaciones del cine y el teatro a la pieza de Rostand y especula sobre los motivos que hicieron de Cyrano de Bergerac un personaje tan seductor que atraviesa tiempos y geografías.

Cyrano es imbatible. Con la espada en el campo de batalla, sin dudas. También en el terreno verbal con sus versos filosos. Y ni que hablar en el escenario. Desde su estreno en 1897 en el Teatro de la Porte Saint-Martin de París, este personaje valiente y leal, hosco y sensible, conocido por su prominente nariz, ha cautivado a los públicos de todo el mundo. Con una maestría sin igual para hacer pasar al espectador de la risa a las lágrimas, Cyrano no deja a nadie indiferente. Edmond Rostand, un dramaturgo casi desconocido en Francia, que hasta entonces sólo había escrito fracasos, supo crear un personaje inolvidable, lleno de contrastes, capaz del sacrificio más grande: quedarse en la sombra mientras regala sus palabras y su ingenio a su rival en el amor, el tan apuesto como poco astuto Cristian, quien consigue finalmente el favor de la bella Roxane. 
 

 

En los tiempos cuando Cyrano hizo su aparición –a finales del siglo XIX–, las representaciones teatrales ya no servían para embellecer el pasado. El público había dejado de estremecerse con la exaltación sentimental de floretes encendidos y pañuelos con lágrimas de damas no correspondidas. Las obras se caracterizaban por la objetividad y la exactitud del realismo. Europa cambiaba, y el romanticismo había pasado de moda. Sin embargo, fue precisamente en ese contexto que un autor neorromántico, acostumbrado a lidiar con la frustración, creador de obras menores, aunque poseedor de una gran imaginación y, pese a todo, un amante encendido de la escena escribió en unos pocos meses la obra que acabaría convirtiéndose en el gran clásico del teatro francés: Cyrano de Bergerac. Cuentan que el día anterior al estreno, mientras se preparaban a montar la obra para amigos y críticos, Rostand se disculpó ante el elenco de actores –entre ellos el famoso Benoît-Constant Coquelin, para quien había escrito el personaje de Cyrano– por el fracaso al que los conduciría. Pero Edmond se equivocaba: los casi dos mil espectadores que llenaban el Théâtre de la Porte Saint-Martin de París aplaudieron de pie durante veinte minutos, con los ojos húmedos ante la tragedia del poeta de espada tan afilada como su lengua y su nariz. 
Tras ese legendario estreno del 28 de diciembre de 1897, el éxito de la pieza ya no se detuvo. El público no se la quiso perder de ningún modo y la crítica enloqueció, ya fuera para alabarla como para vapulearla. Tuvo más de cuatrocientas representaciones hasta marzo de 1899 y llegó a la mil en 1913. La Comédie-Française retomó su puesta en escena en 1938, consolidándola como una de las grandes obras del teatro francés.

 

 

EL CYRANO REAL

Pendenciero, valiente, arrogante. Espadachín de arma tan afilada como su nariz o su lengua, la visión que Edmond Rostand ofrece de Cyrano, romántica e idealizada, se ajusta más bien poco a la figura histórica que lo inspiró, Hercule Savinien Cyrano de Bergerac (1619-1655), un personaje bastante menos generoso, aunque igualmente fascinante.
Al verdadero Cyrano de Bergerac se lo considera uno de los precursores de la ciencia ficción por su obra El otro mundo, en la que describe en primera persona un viaje a la Luna y otro al Sol. Antes de entregarse a la literatura fue soldado, sobresaliente por su valentía en combate, pero también por su carácter pendenciero. Su habilidad para encontrar problemas lo condujo a protagonizar no pocos duelos. Y cuando dejó las armas, se dedicó al estudio de la filosofía e inició su carrera literaria. 
Entre su obra destaca asimismo una profusa correspondencia, integrada por muchas cartas de amor, en su mayoría escritas por encargo, para enamorar con su pluma a las amantes de otros. Este fue sin dudas uno de los caracteres del personaje que Rostand tomó para crear el suyo. 
Su obra teatral La muerte de Agripina provocó un escándalo por la forma en que uno de los personajes expresaba su ateísmo. La pieza se retiró de la escena, pero se convirtió en un éxito en librerías. Todo el mundo quería saber qué “monstruosidades” había dicho el autor.
Su vida, sin dudas novelesca, tuvo un final misterioso. Murió con apenas treinta y seis años, el 28 de julio de 1655. Las razones nunca quedaron claras. Hay quienes dicen que el fin llegó por causa de las heridas provocadas por una viga que le cayera encima, según la versión más extendida. Otros mencionan el disparo de un mosquete de alguno de sus numerosos enemigos. También se decía que sufría una enfermedad no especificada (posiblemente sífilis, dados los síntomas), aunque tampoco se descarta la posibilidad de que fuera envenenado.

 

CYRANO EN EL CINE Y EN EL TEATRO

El éxito inmediato y persistente que tuvo la pieza de Rostand en Francia trajo aparejado el interés de los grandes directores de escena en las principales capitales teatrales del mundo y, desde entonces, Cyrano de Bergerac nunca ha dejado de representarse. 
Por otra parte, esta fábula casi perfecta de un amor que desafía las apariencias no podía resultar más atractiva para el nuevo arte que por entonces estaba naciendo: el cinematógrafo. 
En tal sentido, el primer antecedente de Cyrano en el cine es una película muda dirigida por el francés Clément Maurice en 1900, lo que no deja de ser contradictorio en un personaje que enamora con la palabra. Otra curiosidad de este film es que está protagonizado, nada menos, que por Benoit Constant-Coquelin, el mismo intérprete del debut teatral de la pieza. Además, fue rodado en color y sincronizado a una grabación con cilindro de celofán, un sistema pionero de cine sonoro, que Maurice presentó en la Exposición Universal de 1900.


 


El primer verdadero triunfo cinematográfico para Cyrano llegó en 1950 de la mano de Michael Gordon, cuya versión se aparta bastante del original, pero se destaca por la gran interpretación de José Ferrer, quien consiguió un Óscar de la Academia. Mala Powers personificó a su amada Roxane, papel por el que fue candidata a un Globo de Oro.
Cuarenta años después, Gérard Depardieu se puso la nariz prominente y ridícula del famoso espadachín a las órdenes de Jean-Paul Rappeneau, con Anne Brochet como Roxane y Vincent Perez cerrando el triángulo amoroso. Depardieu fue nominado al Oscar, pero no lo obtuvo y debió conformarse con los honores de la Academia de Cine francesa y el éxito internacional.  
Entre las aproximaciones más recientes al personaje de Rostand está la del musical protagonizado por Peter Dinklage, el multipremiado actor de Juego de tronos, en un espectáculo escrito y dirigido por Erica Schmidt, esposa de Dinklage, con canciones de la banda The National. Tras su estreno en el Off Broadway a fines de 2019, se convirtió en un film dirigido por Joe Wright, responsable de dramas de época como Orgullo y prejuicio o Anna Karenina.
En 2016, el dramaturgo y director francés Alexis Michalik estrenó en el Théâtre du Palais Royal de París Edmond, una comedia que, en la mejor tradición de los grandes espectáculos de troupdel siglo XIX, imagina la primera representación de Cyrano de Bergerac y las dificultades que llevaron a Edmond Rostand a montarla en 1897. El espectáculo, que resultó un éxito indiscutido la escena europea y obtuvo cinco premios Molière, se presentó el año pasado en el Teatro Alvear con un elenco encabezado por Miguel Ángel Rodríguez, Felipe Colombo y Vanesa González. 

 

 

En la misma sala Martín Coronado del Teatro San Martín donde sube a escena ahora esta nueva versión del clásico se presentó, en 1977, una memorable puesta de Cyrano de Bergerac dirigida por Osvaldo Bonet y protagonizada por Ernesto Bianco, uno de los montajes más recordados del repertorio de este Teatro en toda su historia. Su resonancia se debió, fundamentalmente, a que con este espectáculo Bianco, entre los actores más respetados y queridos de su generación, volvía al teatro tras una larga ausencia, recibiendo críticas muy favorables. Pero también por un dato más bien triste: el 2 de octubre de ese año, después de una función, el actor regresó a su casa y falleció víctima de un aneurisma cerebral. Tenía 55 años.

 

UN HÉROE DEL SIGLO XIX
Rostand consideró a Cyrano de Bergerac no sólo su mayor obra, sino también la causa última de su desgracia. Fiel a su temperamento trágico –y bastante dado a la exageración– expresó sobre su famosa obra: “a mí, entre la sombra de Cyrano y las limitaciones de mi talento, no me queda más solución que la muerte.” 
Pero qué es lo que hace tan especial al personaje. Qué representa este filósofo, poeta y espadachín.
Sin dudas, uno de sus atributos es el de un hombre que se hizo a sí mismo. Orgulloso, como escritor es incapaz de traicionarse para agradar al noble o al mecenas de turno. “¡Morir, sí! ¡Venderme, no!” Desprecia a los “vendidos” y prefiere la pobreza antes de perder su independencia y libertad. 
Por otra parte, Cyrano encarna muchos de los ideales humanos: libertad, individualismo, valor, ingenio. Del hombre que lucha contra las injusticias de la sociedad. Al contrario de lo que cabría esperar, ser un modelo no le sirve para obtener felicidad alguna, sino que le impulsa con fuerza hacia su propia destrucción. 
Finalmente, la tragedia personal de Cyrano es su renuncia: no al amor –que sin dudas siente por su prima Roxane– sino a que ese amor se materialice. Nuestro protagonista se considera feo por su desmesurada nariz, y no se atreve a declararle su amor a Roxane por temor al rechazo. Y encima descubre que ella está enamorada del joven cadete, Cristian, quien tiene todo el atractivo físico del que Cyrano carece. Sólo al final de su vida, cuando está a punto de morir, podrá declarar su amor. 
Así de romántica y sentimental, la comedia es perfecta: su clima resulta tan intenso que por momentos ahoga las características de los personajes, quienes no parecen vivir una existencia propia sino entregarse por entero a la creación de un solo clima de emociones fuertes y afectos encendidos. En ello radica, tal vez, alguna debilidad de la pieza y, si se quiere, cierta falsedad. Pero también su poesía sencilla, donde toda una tradición literaria francesa parecen resumirse como la última y gloriosa expresión del héroe del siglo XIX. 

 

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