ENTREVISTA CON ALEXIS MICHALIK, AUTOR Y DIRECTOR DE “EDMOND” EN EL TEATRO ALVEAR

Una incursión a la intimidad de un oficio genial

No es sólo un homenaje al creador de un héroe legendario del teatro francés. La pieza estrenada en la renovada sala de la calle Corrientes resulta una conmovedora y divertida ofrenda al entrañable oficio del teatro, al revelar su a veces frágil pero siempre cautivante intimidad. Su autor y director describe aquí las razones que lo llevaron a crear un espectáculo que rememora un momento irrepetible de la historia del teatro.

Un joven escritor sufre un bloqueo creativo y busca desesperadamente la inspiración perdida. A sus problemas económicos se suman las presiones de los dueños de los teatros para que estrene una nueva obra, además de la competencia feroz que mantiene con otro dramaturgo. Pero muy pronto una mujer entrará en su vida. Y con ella la pasión necesaria para escribir y pasar a la inmortalidad con la historia de amor más célebre de todos los tiempos: Romeo y Julieta.

Cuando el siglo XX estaba a punto de terminar, el estreno de Shakespeare in love (John Madden, 1998) provocó un fenómeno que excedió lo exclusivamente cinematográfico. Porque además de resultar un inusitado éxito de taquilla (recaudó 290 millones de dólares en todo el mundo) y de alzarse con siete premios Oscar (incluido el de mejor película), el film protagonizado por Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes desató una verdadera “shakespearemanía”, que renovó aún más el interés en la obra del autor y multiplicó sus puestas en el mundo.  

Por entonces, un adolescente francés estudiante de teatro vio el film y se le ocurrió que podría realizar una operación similar con Cyrano de Bergerac, héroe indiscutido del teatro francés, llevando a la pantalla la vida de su autor, Edmond Rostand. “Es una idea que venía madurando desde entonces”, confiesa Alexis Michalik, el “niño maravilla” de la escena francesa como lo ha apodado la prensa, uno de los fenómenos teatrales más relevantes de la última década. “Pensé que resultaría una idea muy atractiva contar cómo fue la creación de una obra maestra, pero desde el punto de vista del autor. Y Cyrano de Bergerac no sólo es mi obra preferida sino sin dudas la de la mayoría de los franceses”. 

 

–¿A qué atribuye esa atracción por un personaje que, a juzgar por el éxito de las puestas de la obra en todo el mundo y sus versiones cinematográficas, excede largamente a los franceses?
–Creo que Cyrano encarna, por un lado, valores que son típicamente franceses. En principio, la idea de un perdedor magnífico. Pienso que los franceses admiran más la resistencia que el triunfo de un personaje. Por otra parte, todo el mundo se identifica con Cyrano porque quién no ha estado enamorado y sentido miedo a ser rechazado por algún defecto. En el caso de Cyrano es su nariz, pero para los demás puede ser cualquier otro motivo. Cyrano sigue siendo actual y lo he comprobado en cada representación de la obra. Es un gigante a la altura del Quijote o de Hamlet. 

‒Más allá del indudable atractivo del heroísmo y la humanidad de Cyrano, ¿qué ingredientes ofrece la vida de Rostand, el autor, como para llevarla al escenario? 
‒Cuando descubrí que la obra había sido escrita a finales del siglo XIX fue una gran sorpresa. Porque Rostand usa versos alejandrinos, típicos del siglo XVII, de los tiempos de Corneille o de Racine, los grandes trágicos del teatro francés. Pero algo anticuados para un escritor que tiene 28 años. Por otra parte, todas sus obras resultaron absolutos fracasos. Por eso pensé en hacer una película sobre su vida y, cuando empecé a tener cierto éxito con mis montajes, apareció un productor que se interesó en mi trabajo y me preguntó cuál era mi sueño. Inmediatamente le dije que quería llevar a la pantalla la vida de Edmond Rostand, el autor de Cyrano. Escribí un guión para una película pero nadie quería dirigirla y tampoco aparecía el dinero para producirla. Un día fui a Londres a ver comedias musicales y, para mi sorpresa, me encontré con una versión teatral de Shakespeare in love. Y me di cuenta de que, si no podía llevar la vida de Edmond al cine, como era mi deseo, sí podría hacerlo en el teatro. Adapté el guión para la escena y apareció entonces la posibilidad de estrenarla en el Théâtre du Palais Royal, uno de los más antiguos de París, con una producción importante, aunque sin estrellas. 

Estrenada en 2016, Edmond se convirtió en un éxito indiscutido de la escena europea: arrasó con los premios Molière y la vieron más de 800 mil espectadores. En la mejor tradición de los grandes espectáculos de troupe del siglo XIX, resultó una comedia que especula sobre las vicisitudes de la primera representación del clásico Cyrano de Bergerac y las dificultades que llevaron a su autor a montarla en 1897: los caprichos de las actrices, las exigencias de sus productores, los celos de su mujer, los enredos amorosos de su mejor amigo y la falta de entusiasmo de todos los que le rodean. 

En esta temporada, Edmond fue el espectáculo elegido para el anhelado regreso al pleno funcionamiento del Teatro Alvear, para lo cual el propio Michalik viajó a Buenos Aires para montar el espectáculo con un numeroso elenco de actores argentinos que encabezan Miguel Ángel Rodríguez, Felipe Colombo y Vanesa González. 

“En lo personal, siento en principio una gran identificación con todos los personajes”, dice Michalik. “Cuando tenía 20 años me identificaba más con Léo, el amigo de Edmond, que es una especie de espejo del Christian de Cyrano. Después, cuando me convertí en autor y director, entendí lo que pasa por la cabeza de Edmond, con su deseo de concebir una obra maestra, algo que he buscado siempre. Por eso no puedo menos que sentir admiración por ese hombre quien solo escribió fracasos y que, en una noche, pasa de ser un poeta antiguo y desconsiderado a convertirse en el poeta nacional, el más famoso de la historia del teatro francés. Algo que nunca más va a pasar, porque el estreno de Cyrano de Bergerac, en 1897, a fines del siglo XIX y con la aparición del cine, marca el fin de las grandes producciones teatrales. Hay que entender que en la primera función de Cyrano hubo casi cien actores sobre el escenario, algo que nunca más se repetiría. Esa primera función es un día histórico para el teatro francés porque fue el éxito más importante de toda la toda su historia. Al final de la obra, la ovación del público hizo que el elenco saludara más de cuarenta veces. 

 

‒¿Por qué eligió la estructura de un vodevil para contar su historia? 
‒Todo el tiempo quise evitar la típica “biopic”, me parecía aburrido para contar su vida. Entonces pensé que podía repetir el mismo procedimiento que hizo el propio Rostand con la historia de Cyrano, que fue un soldado y poeta de la misma época de Moliere, alguien que existió, pero de quién no se conoce demasiado acerca de su vida y su obra. Con Cyrano, Rostand cambió en parte su forma de escribir teatro, aunque sin traicionarse, conservando el valor de su poesía, pero por fin hizo una verdadera comedia, con muchísimo humor. Un espectáculo con todos los ingredientes de las comedias de troupe. Por eso Edmond tiene unas ochenta escenas que nunca se interrumpen. Es casi una coreografía, por lo que es muy importante conservar el ritmo, que el elenco actúe en conjunto, como una verdadera compañía, en cada parte de la acción y no solamente cuando están actuando su parte.

‒Finalmente, al desnudar la intimidad del escenario, Edmond parece no sólo rendir homenaje al autor de Cyrano... 
‒Sin dudas, no es solo un homenaje al autor. También al mundo del teatro en general y, sobre todo, al de toda una época, el teatro de fines del siglo XIX, que me gusta mucho. Pero también es un homenaje al teatro de autor, al vodevil, a la comedia de época. Es evidente que se glorifica al autor porque, cada vez que veo una obra maestra, lo que me pregunto es: “¿Quién ha pensado todo eso? ¿En qué se ha inspirado para crear esta maravilla?”. 

 

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