“ELSA TIRO” SEGÚN SU AUTOR, GONZALO DEMARÍA

Una porno con O’Neill o de "El Sátiro" a "Elsa Tiro", pasando por "El Sartorio"

Las influencias en la escritura de la obra dirigida e interpretada por Luciano Cáceres, que gira en torno a la figura de Eugene O’Neill y su posible vínculo con un film pornográfico en su paso por Buenos Aires, son reveladas en la nota que sigue

 por Gonzalo Demaría

Nunca sentí el teatro de Eugene O’Neill como una influencia. Tomé contacto con él en el secundario, cuando compré uno de los tomos traducidos por León Mirlas para Sudamericana. Lo compré como se compra a esa edad: por el título. El mono velludo, que me sigue pareciendo un gran título, aunque mejor me parece El mono peludo, que es como lo cito en mi obra. 
Después vino el descubrimiento del mejor O’Neill, el de Largo viaje hacia la noche, otro título tramposo de traducir. Obra póstuma sobre la que mucho hablamos con mi amigo y admirado actor-director Luciano Cáceres. Sin saberlo ninguno de los dos entonces, en esas conversaciones está el germen de Elsa Tiro, y por eso se la dedico. Que Alejandra Radano, otra amiga cómplice, y Josefina Scaglione se subieran a nuestro barco completa la felicidad del viaje. 
En aquella pieza final O’Neill pinta a su familia y a sí mismo, fantasmeado en el personaje del hijo, Edmund. En medio de un poético monólogo, Edmund pronuncia dos palabras que, aun siendo porteño, me sonaron mágicas cuando leí la obra por primera vez o cuando la vi representar: Buenos Aires. ¿Por qué el encantamiento? Porque cuando a Edmund le toca decirlas uno ya fue arrastrado mar adentro de esa familia abisal y destructiva que son los Tyrone (léase O’Neill). Así que Buenos Aires suena a salvavidas. Lo fue para O’Neill, que cumplió en nuestra ciudad la mayoría de edad. Un raro salvavidas, sea dicho, que pasó de rescatarlo de un padre megalómano a hundirlo en las profundidades de la noche apache de los bajo fondos porteños. Se mezcló con marineros y prostitutas, durmió en bancos de plaza (entre ellos los del Paseo de Julio, frente a la estatua de Mazzini, punto de levante homosexual) y frecuentó los cines porno de Barracas, La Boca, e Isla Maciel. “El Farolito Rojo” fue uno de ellos. 
Me acordé entonces de otro título imposible: El Sartorio. Había leído por ahí que así se llama la película porno más antigua que se conserva, película que tiene el timbre de honor de ser argentina. Data de 1907 o poco después, es decir de la época en que O’Neill vivió entre nosotros. El Sartorio es un título intraducible, pero en este caso porque no significa nada: es un error del etiquetador de la lata que guardaba el celuloide. El hombre no sabía español y transcribió equivocadamente lo que creyó leer en el original, El Sátiro
Si nada prueba que O’Neill la escribiera, nada lo impide tampoco. Su fascinación con el porno y su rebeldía adolescente, que lo llevó a detestar los melodramas actuados por su padre, un actor de éxito en Broadway, no bastan para atribuirle El Sartorio pero le dan un marco a esta especulación poética que es Elsa Tiro, otro título con (obvia) trampa. Estoy convencido de que si O’Neill hubiera sido el “autor” del guión y esto se hubiese sabido en vida suya, más que el hecho de la porno en sí lo avergonzaría la trama mitológica que la inspira. Él, luego famoso por sus dramas realistas, mezclado con ninfas del bosque y la Arcadia griega. 
En blanco y negro, muda y breve como todos los filmes de su tipo, El Sartorio fue probablemente hecha por encargo de algún señorón de dinero, para su colección privada. Por lo tanto el ambiente bucólico respondería a su fantasía sexual. Las intérpretes fueron sin dudas prostitutas de alguno de los numerosos burdeles de la ciudad (la mayoría de ellas extranjeras) y se filmó, quizá, en Quilmes o Isla Maciel. Esto de los clientes/productores era bastante frecuente en el género por la época. El más importante ejemplo conocido es el del rey de España Alfonso XIII, que formó una colección de pornos encargadas a dos realizadores conocidos, aunque parezca mentira, como Hermanos Baños. Hoy celebrados como pioneros del arte cinematográfico español, Ricardo de Baños y su hermano Ramón no tuvieron empacho en cumplir con el pedido de Su Majestad, rodando varias cintas algo posteriores a la nuestra. A la muerte del monarca, y por su expreso pedido, se destruyó la colección. Pero tres copias sobrevivieron en el lugar más inesperado: un convento de monjas de Valencia. Como siempre se repite, la realidad supera la ficción.  
La siguiente influencia en la escritura de Elsa Tiro proviene de otra fuente contemporánea a la estadía porteña de O’Neill y es de raigambre rabiosamente popular: el folklore sexual argentino, más particularmente el porteño, más restringidamente el portuario. Recordemos que a falta del tráfico aéreo, todavía por venir, la inmigración masiva llegaba a Buenos Aires por vía naval, lo que hacía de su puerto y aledaños una mini Babilonia. Este folklore riquísimo forma un corpus de versos sueltos, coplas, estrofas, proverbios, adivinanzas, graffitis de baño y todo tipo de formas breves y anónimas de la musa lúdica y prostibularia. 
Hizo falta que viniera otro extranjero, en este caso el alemán Robert Lehmann-Nitsche, y salvara para nosotros esta colección curiosísima que publicó en Leipzig en 1923 con el título de Texte aus den La Plata-Gebieten in volkstümlichem Spanisch und Rotwelsch (Textos eróticos del Río de la Plata en español popular y lunfardo). La obra se enmarcó dentro de un proyecto más amplio de publicaciones interesadas en la antropología y el habla popular, en cuyo consejo editorial colaboró Sigmund Freud. Aun así, el autor del volumen argentino se refugió en un seudónimo: Victor Borde. Aparentemente tuvo prurito de ofender al Museo y Universidad de La Plata que lo tenía contratado como antropólogo y profesor. Tuvo razón: los ejemplares enviados por la editorial alemana Krauss fueron incautados por la justicia argentina y se abrió una causa judicial que los puso fuera de circulación. Tuvimos que esperar hasta 1981 para que una edición argentina rescatara la colección de Lehman-Nitsche del ámbito penal.
Se habla mucho de los orígenes prostibularios del tango, lo que resulta evidente en el pionero Ángel Villoldo, autor del célebre El Choclo, metáfora sexual por excelencia. La porción más marginal y menos conocida de su obra se intercepta con las coplas anónimas recogidas por Lehamn-Nitsche. Villoldo se ganaba la vida como autor e intérprete en los mismos cafés de Suárez y Necochea que frecuentaba O’Neill, quien bien pudo escucharlo. Allí cantaba sus tangos y también letrillas populares como aquella de Bartolo tenía una flauta. También se presentaba en monólogos y sketches breves de alto contenido picaresco en los “cafés de camareras” (eufemismo de burdel) como los del Paseo de Julio o el Roma, en la calle 25 de Mayo 462, entre Corrientes y Lavalle. Aquí debutará nuestra legendaria Tita Merello, cuando el boliche había cambiado su nombre original por el afrancesado de Ba Ta Clán. 
Los personajes de Elsa Tiro no son verdaderamente O’Neill y su esposa Carlotta. Tampoco están en California. Son probablemente dos pacientes psiquiátricos que dicen ser ellos y todo ocurre en Quilmes. Pero nadie me saca de la cabeza que O’Neill nació como autor en Buenos Aires. No es patrioterismo, es olfato. Su primera gran obra, Anna Christie (1920), fue concebida en la ciudad porteña y Anna tuvo sin dudas su modelo de carne y hueso en una de las prostitutas que enamoraron al joven poeta. La obra fue primero un borrador titulado Chris Christophersen, nombre del viejo lobo de mar y padre de Anna, que esconde su vergüenza acortando el apellido. En esta versión inicial, una didascalia advierte que la acción ocurre en 1910: año en que O’Neill vivió en Buenos Aires. Había llegado a su puerto el jueves 4 de agosto en el bergantín noruego Charles Racine con una carga de madera. Pertenecía a la Agencia Christophersen. Son las claves de lectura que a modo de confesión nos dejó el poeta.

 

+ info de Elsa Tiro

INFORMACIÓN IMPORTANTE PARA EL DÍA DE LA VISITA: