ENTREVISTA CON MARIANA CHAUD

UNA TRAGEDIA CONTEMPORÁNEA ENTRE EMOJIS Y KEYTAR

La creadora del espectáculo que se estrena en el Teatro Sarmiento adelanta las peculiaridades de su proceso creativo y los rasgos de unos personajes que, provenientes de la mitología clásica, se mueven en un mundo marginal y se comunican por Whatsapp.

Gustavo Gavotti

Pequeña Pamela es una obra de grandes temas, pero abordados al mejor estilo Chaud, cuya producción ya es reconocible por ese carácter lúdico espontáneo, disparatado. A sus obras hay que entrar desprejuiciadamente y con la libertad para hacer conexiones infinitas y que el mismo material ofrece. 

 

Pequeña Pamela es una tragedia contemporánea; Mariana Chaud, su autora y directora, explica que “hay personajes de la tragedia griega clásica con algunos condimentos de contemporaneidad, como el celular y las redes sociales, en un escenario de marginalidad, un poco distópico. Pero no es un retrato de la vida en la villa”.

 

Pequeña Pamela es la decantación de muchos materiales; deviene de la Retrospectiva que presentó Chaud en el marco del programa Artista en Residencia; de un largo proceso de gestación que data de antes de la pandemia y que, en sus palabras, “mutó mucho, ya que es una obra muy del mundo de lo platónico, de personajes que no existen, a los que hay que hacerles una traducción y, al encarnar en lo físico, empiezan a aparecer un montón de cuestiones a resolver”; de largas charlas con el artista visual Nahuel Vecino, que inspiraron a la autora y directora (así como también su obra plástica). En ese diálogo, que giró en torno a las redes sociales, a las relaciones mediatizadas de la contemporaneidad, a la tragedia de Áyax, a los antinomios, se creó el universo de Pequeña Pamela. “Después, cuando me apropié de ese mundo, fui hacia un lugar trágico. Yo sin quererlo, sin planearlo, hago un pie en lo social, que también está estéticamente en la obra de Nahuel”, cuenta Chaud.  

 

LA TRAGEDIA

“Siempre me asocian con la comedia, que es un género subestimado, así que como reflexión post Retrospectiva, esta vez quise probar algo nuevo, cambiar el formato y abordar la tragedia. A mí me gusta la sorpresa, lo inesperado. Sucumbí ante algunos chistes pero quería bancármela en este género, no esquivar el bulto”, repasa Chaud sobre el proceso creativo. Y en efecto hay muchísimos elementos de la tragedia clásica y de la tradición de la Antigüedad griega tanto en cuanto a la estructura como a los personajes de Pequeña Pamela, e incluso a las formas (no faltan la música y la danza, artes inherentes al género), pero dados vuelta, reformulados, recreados. 

 

EL PRÓLOGO

En el teatro griego, el prólogo consistía en un monólogo o diálogo que ponía en situación a los espectadores, los ubicaba a través de una narración en tiempo y espacio, y les anticipaba mucho de lo que iba a suceder (el público ya conocía las tramas, no había nada que spoilear; la gracia estaba en cómo la desarrollaba cada trágico). 

En Pequeña Pamela, el prólogo está a cargo de un personaje mitológico pero cambiado de signo: un cíclope en versión mujer, una ciclopesa (Iride Mockert). Es sabido que los cíclopes se caracterizaban por tener un solo ojo. En La Odisea estos personajes son salvajes, gigantescos y muy violentos. Pero ella se adelanta a aclararnos que, en su versión femenina, “no tiene nada que con esos matones”. Hay algo rapsódico en ese comienzo, en esta narradora medio ciega, medio homérica, que nos pone en situación, acompañada de su keytar, instrumento de la cumbia por excelencia –y que remite a su vez a los poetas orales de la Antigüedad Griega, que se acompañaban de un instrumento de cuerda–, otro elemento contemporáneo (y local) que se funde con lo clásico. Esta ciclopesa es también una suerte de Tiresias; el adivino y consejero griego que es ciego, pero puede ver mucho más allá que los que tienen ojos. La ciclopesa no se circunscribe exclusivamente a su rol de narradora, típico del personaje del prólogo, que en muchas tragedias no volvía a aparecer. Es, finalmente, una relatora que atraviesa toda la trama y termina participando en la acción. “La ciclopesa no se aguanta, la opinión es tan fuerte que algo tiene que hacer”, dice Chaud. Y es, quizás, la que enuncia los textos más contundentes mientras aconseja y cuida a Pamela.     

 

EL CORO

El coro (Rosalba Menna) es también una mujer pero desdoblada, que se expresa polifónicamente. Si bien explica Chaud que trabajaron la androginia, la impronta femenina es clave en esta figura, que compite por momentos con la ciclopesa, aunque está más despegada de los acontecimientos. Hace hincapié en ese rol tradicional de comentador del coro griego, que “chusmea” pero no interviene en la acción. Sin embargo, tiene un final inesperado y poco usual en la tragedia.  

 

EL (ANTI)HÉROE

Áyax, (después de Aquiles) el héroe griego guerrero por antonomasia (Santiago Gobernori), también está cambiado de signo. Acá no está preocupado por su honor como en la (presunta) primera tragedia de Sófocles, sino por el amor de Helena, la mujer bella, siempre codiciada, pero en esta historia sólo aludida. Áyax está obsesionado con los mensajes que le manda por Whatsapp. Chaud explica que parte del diálogo que tuvo con Vecino “giró alrededor del padecimiento por las redes sociales, los mensajes no contestados, esa ansiedad, ese anhelo por poner todo en alguien a veces imposible, como si ese encuentro fuera a salvarte. El amor por encima de todo, que para mí es bastante cuestionable, como si fuese a resolver la totalidad de los problemas”. 

Como en la tragedia de Sófocles, Áyax también se violenta y mata en esta tragedia contemporánea, pero no hay suicidio final: “le quitamos el privilegio de ser el héroe. En la tragedia tiene una muerte muy hermosa, que escénicamente además sería muy complicada. Pero éste no tiene el valor que tiene ese Áyax. Es más contemporáneo y acomodaticio”. 

 

LA HEROÍNA 

Pamela (Camila Peralta) es la “pequeña” heroína, que se desvive por Áyax, lo que la abstrae de la marginalidad en la que vive. “El estado de enamoramiento te lleva a no ver el resto del mundo”, declara Chaud. Hay una historia de amor no correspondido, pero “la verdadera tragedia pasa por el capitalismo feroz, por la situación casi inhumana que se vive en el tercer mundo, la desigualdad, la falta de posibilidades y la dificultad de salir de esa marginalidad y ver un futuro. Lo social agranda la tragedia”. Pamela está atravesada por esa realidad y a su vez es víctima de violencia de género, en su forma más tremenda. En ella se condensa la tragedia en todas sus formas y es ella la que termina asumiendo especialmente ese rol trágico.        

“Está el miedo a que la obra se ponga solemne”, confiesa Chaud. Pero también aclara que “no podía pasarle por al lado a ciertos temas. Había que ir al hueso, aunque todos pueden saltarte a la yugular, por lo correcto o incorrecto. El teatro es muy artesanal, y las escenas fueron saliendo del trabajo con los mismos actores. No hubo especulación previa ni intención de dejar un mensaje”.

 

EL PERSONAJE DEL INFRAMUNDO

Tampoco hay intención de dejar un mensaje con la aparición del Tío trolo (Lalo Rotavería), que es explosiva y estridente, pero funciona como una suerte de paréntesis lúdico. En la tragedia griega (así como en la shakespereana) era usual la visita de personajes ya muertos. Tenían una apariencia espectral, pero eran contundentes en la trama. “El Tío trolo viene del Hades, del infierno, a hablar con su sobrino Áyax y con los vivos, pero no viene a dejar ninguna moraleja”, dice Chaud. Y agrega: “Viene a dividir, a romper las pelotas, a joder, lo que demuestra que la muerte no dignifica; no hay aprendizaje ni sabiduría”. En realidad, “es el superhéroe del under porteño”, como lo define la directora: el acceso desde esa trampa, que también existía en la skené griega (anapiesma), da cuenta de ese ámbito artístico y cultural alternativo en el que vivió este personaje en los ‘80, primavera democrática en Buenos Aires, cuando estaba en germen toda la escena independiente que se desarrolló después, así que acá el espectáculo habla sobre el propio teatro también. “Hay un contraste entre lo trash de aquel momento que recuerda este personaje, que era más colectivo, más relacionado con la inconsciencia y la experimentación, y el actual, que está más ligado a la desazón”, aclara Chaud.     

 

EL SIRENA Y ARJONA

El conjunto de personajes se completa con El sirena (Julián Larquier Tellarini) y Arjona (Marcos Ferrante), secuaces de Áyax. En el primero de ellos se invierte también el signo. Chaud lo describe así: “Es protomitológico; como las sirenas te atrae y después te destruye. Es histérico, porque también hay hombres histéricos. Esas características no son exclusivas de las mujeres. Es un personaje negativo pero se salva un poco más que Arjona, a quien van a ‘cancelar’, ya que es básico, machista, encarna todo lo que no se puede hacer”.   

Es ineludible la perspectiva de género a la hora de reflexionar sobre Pequeña Pamela: “Estamos todas atravesadas fuertemente por el tema de género. Es increíble lo que estamos viviendo; cómo nos cambió como mujeres. Nos llevó a pensar distinto en todos los ámbitos, pero también me parece tremenda la bajada de línea”. En ese sentido el coro tiene un elocuente texto: “…Es un momento de reflexión sobre el pensamiento de las mujeres./Eso garpa./Las mujeres./El poder de una mujer no es aplastar cabezas como los varones./La mujer o lo que quiera ser./No hay que quedarse ancladas en la polaridad./El lenguaje, ese campo donde se llevan adelante todas las batallas./El español es una cagada para eso...”. 

 “Las teorías feministas vienen de la clase acomodada, así que es importante cruzarlas con la lucha de clases. Si no estos temas son oportunistas, pasan rápido, y para mí pierden interés. No tienen suficiente fuerza ni sentido”, afirma Chaud. Cabe preguntarse en esa línea si Pamela hace suyo ese discurso. La autora y directora lo describe como “un personaje muy solitario, que no tiene mucha salida. Sólo padece lo que le pasa, sólo lo puede sufrir…”.

El sociólogo Michel Maffesoli, en su libro El instante eterno. El retorno de lo trágico en las sociedades posmodernas, arroja una reflexión que podría vincularse con el devenir de Pamela: “hay una especie de sabiduría para uso de las jóvenes generaciones que, para parafrasear a Esquilo, saben inclinarse frente al destino. Esta nueva sabiduría trágica, que puede llegar hasta el suicidio, el cual, en todo caso, favorece muchos excesos, es una forma de heroísmo. Heroísmo que, asumiendo lo que pueden tener de irrevocables los amores vividos, las adhesiones ideológicas, las rebeliones puntuales, no pretende instituirse en ‘familia, creencia, partido’”.

 

Autor: Victoria Eandi

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