“EL ADULADOR” SEGÚN SU AUTOR

UNA VÍCTIMA DE SU PROPIA MALDAD

Más que un libro autobiográfico, las Memorias de Carlo Goldoni son una obra de creación, una suerte de teatralización de su propia vida. Y una fuente de información imprescindible para el estudio del gran autor veneciano. De ese volumen transcribimos el capítulo en el que el autor se refiere a la creación de su inefable Adulador.

Más que un libro autobiográfico, las Memorias de Carlo Goldoni son una obra de creación, una suerte de teatralización de su propia vida. Y una fuente de información imprescindible para el estudio del gran autor veneciano. De ese volumen transcribimos el capítulo en el que el autor se refiere a la creación de su inefable Adulador.

…El tipo de un Mentiroso, que era menos vicioso que cómico, me sugirió otro mucho más malvado y más peligroso: es del Adulador de quien hablo.

El de Rousseau, Le Flatteur, no tuvo éxito en Francia, el mío fue bien recibido en Italia. He aquí la razón: el Poeta Francés había tratado este tema más como un Filósofo que como Autor Cómico; y yo busqué, inspirando horror mediante un vicioso, la manera de alegrar la obra con episodios cómicos y rasgos agudos. 

Don Sigismondo, que es el Adulador, ocupa el puesto de primer Secretario de Don Sancio, Gobernador de Gaeta en el reino de Nápoles. Don Sancio es un hombre despreocupado, Donna Luisa, su esposa, es una mujer ambiciosa y su hija Isabel, una pequeña atolondrada, sin inteligencia y sin educación. El Secretario los conoce, los adula, los engaña y saca partido de sus debilidades, para asegurar su fortuna. 

La adulación de este mal sujeto no se limita a la casa de la que se ha hecho dueño; sino que trata, en la ciudad, de ganar a los maridos para corromper a las mujeres, y se aprovecha de la imbecilidad de su señor para hacer alejar a las personas que le desagradan. 

Este hombre no es únicamente adulador por el placer de serlo, como el malvado de Gresset; la adulación  no es en él más que el medio de llegar a satisfacer sus vicios. 

Es a la vez orgulloso, libertino y ávido de dinero, y es esta última pasión la que le pierde. 

Tiene la bajeza de hacer reducir los sueldos de las gentes del Gobernador para aumentar sus beneficios. Los criados se dirigen al Secretario, pidiendo reparación; son muy bien recibidos, les adulan, les tratan bien; pero no consiguen nada. 

Estos desgraciados se reúnen, reconocen al autor de su pérdida, claman venganza; se habla de disparos de fusil, de cuchillazos; el Cocinero toma a su cargo envenenarlo, y lleva a cabo este proyecto. 

Don Sigismondo es víctima de su maldad; muere arrepentido, confiesa sus faltas; Don Sancio reconoce las suyas; Sólo la Señora Gobernanta siente la pérdida del Adulador. 

Estaba molesto por verme obligado a emplear el veneno para el desenlace de la obra, pero no podía hacer otra cosa; el malvado merecías ser castigado, el Gobernador le protegía, la Corte de Nápoles no le conocía lo suficiente; imaginé un tipo de muerte que tenía bien merecida. 

Además mi reforma no se hallaba aún en el punto en que debería estar, y al que la he conducido después. Me permitía aún algunas licencias al gusto de mi Nación, y estaba contento cada vez que encontraba un desenlace natural y sorprendente. 

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