24 EXPOSICIONES

Una construcción entre imágenes y palabras a lo largo del tiempo

MUESTRA 10/

Rojo profundo en el entero decimal

Michael Powell
Still de la película Peeping Tom
Director de fotografía: Otto Heller
1960
Eastmancolor

Desde George Eastman con su lugar en el Sol hasta Instagram, cambia solo una cosa: la privacidad amateur ya no es tal. Todas las fotos nos son reveladas obscenamente por voluntad propia.
Una fotografía de una comida a punto de ser deglutida exhibe impunemente su destino fecal.
Por el contrario, el accionar en el cuarto oscuro queda únicamente restringido para quien revela o imprime la foto. Un acto también viscoso y onanista, pero solo para consigo. No es casual que el baño haya sido el espacio doméstico ideal para instalar un laboratorio.
La luz roja prostibularia, aurática, aquella que prohibía el paso a la zona del material sensible, al estudio y todavía a los automóviles, se traslada a mera señal de encendido de un equipo más.
Estas líneas serán (son, han sido) subidas en alguno de esos monolitos llamados servers; parecidos a las cajas negras que usan los aviones.
¿Servidores de qué propósitos? ¿El almacenamiento? ¿La interpretación algorítmica con fines publicitarios?
Al estar por fuera de la órbita privada del mundo de lo reservado (no más espías revelando sus fotos en cuartos de hotel), es muy poco lo que se conoce de ellos; son contadas las personas que sí saben que se desencadena al momento de cada disparo digital: ¿quién puede dar cuenta de lo qué ocurre realmente con cada uno de esos clics numéricos? (el hashtag, ese otro patetismo, tan lastimero y servicial como el epígrafe, pide por el signo numeral para ser pulsado).
Aquí la sombra auténtica.
También imagino (intuyo, tengo una corazonada, lo sé con la certeza de la despreocupación por las evidencias externas a mi: la constatación empírica no cumple ningún papel), que esta reencarnación del rojo mueve más dinero que las fotografías producidas por todo el entramado llamado Arte.
Existe el requerimiento de la actualización, la gula incesante de cámaras cada vez más ampulosas (cuando no incunables antiguallas igualmente despreciables en su glotonería), dispositivos móviles, computadoras más veloces, discos de mayor capacidad alojados vaya uno a saber en que geografía (¿en dónde transcurren éstas “Veinticuatro exposiciones”? ¿Buenos Aires? ¿Delhi? ¿Cupertino?).
Los jugos gástricos de la economía nunca cesan su digestión.
La Fotografía del presente es aún más palpable, turgente y corporal que la del XIX y el XX; también más nociva para el medio ambiente que cualquiera de sus estadíos previos. Del mercurio a la plata, del metal al plástico.
La Fotografía nunca dependió tanto del petróleo como hoy. Fósil negro, aceite de piedras, líquido viscoso de vida extinta bajo tierra: el mecanismo está hecho de muerte. De ahí una razón por la cual los cadáveres ya no se fotografían: son la fotografía misma. Las cajas de madera de antaño, símil ataúd, y el material Apple, plástico ancestral, no son iguales, pero la Fotografía, indemne, sí.
Toda esa oscuridad presentada como luz es la que se cierne sobre nuestras vidas.

Bruno Dubner

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