24 EXPOSICIONES

Una construcción entre imágenes y palabras a lo largo del tiempo

MUESTRA 4/

Por vez primera

Si el tema es la excusa, entonces un tema jamás estará agotado. En todo caso, lo agotado será la apertura de quien a ese tema se refiere, su clausura a un modo de observación. 

Creo en el volver a mirar-pensar cualquier cosa una y otra vez, en aquello que se impone a pesar de la voluntad: el deseo mostrando su verdadero rostro en lo más trillado y re-conocido, en lo continuamente transitado.  Ahí radica una aventura: la de lo desconocido en lo dado por hecho. 

Louis Jacques Mandé Daguerre
Boulevard du Temple, 1838-1839
Daguerrotipo
13 x 16 cm

Mucho se habló y mucho se escribió sobre ésta, la primer fotografía que deja ver personas. Leímos que es una transacción comercial, escuchamos sobre el tiempo de exposición necesario para que exista y también vimos lo fugaz en lo permanente. Pero sobre lo que no se ha hecho tanto hincapié (que hermosa palabra: imagino a alguien atravesando su pierna en el camino de otra y ante la caída, el despertar en un extravío) es en el hecho de que aún ahí, en aquellos años del XIX, el lustrabotas y su cliente no se saben fotografiados.

Pese a la prolongada exposición, la fotografía tomada por Daguerre resulta como aquella que bien podría ser obtenida hoy por alguien al servicio de una complaciente edición de la National Geographic en tierras exóticas. 

El paparazzi con su teleobjetivo animaliza a su objeto (así son vistos y pensados por estos sujetos/as) en donde el/la modelo no se sabe fotografiado. Da lo mismo si es un chimpancé, un habitante más o Greta Garbo. 

Por eso la fotografía asociada a la caza; estos personajes indecentes llegan al punto de hacer guardias en las puertas, como quien se agazapa en la entrada de una cueva esperando por la salida de la presa. 

Daguerre, en ese mismo click, inaugura también al paparazzi. De ahí en más, la fotografía se encontraría con uno de sus lugares más comunes: la imagen substraída sin consenso y por lo tanto procaz; pero aún no tanto como en aquella donde la mirada a cámara es a sabiendas. 

Quizás si esta fotografía hubiese contado con una distancia focal más larga y emulsiones más sensibles (otra palabra que aplicada a esta técnica no deja de maravillarme), estaríamos ante un Galella del XIX. 

Pero no lo estamos. Y por eso esta foto es única, como toda pionera. 

Aquí se abrió esa compuerta hacia lo inesperado, como el encuentro de dos personas desconocidas en una ciudad moderna cualquiera. 

En sus destellos, el bronce de Daguerre tan solo podía ser usado una única vez y no ser susceptible de reproducción. Era virgen. 

Y la virginidad no se pierde dos veces. No hay vuelta atrás como sí la hay en una tarjeta de memoria; aquel profiláctico reutilizable y por eso inmundo, que puede albergar en varias ocasiones aquello que sin embargo tuvo lugar una única vez. Algo como la vida de una persona. 

Ya en el acto de Daguerre se funda toda una historia; un hilvanado de futuro contenido en esa circunstancia, armado de lo venidero que ese big bang retenía y continuaría dando a ver mientras aún existan ojos dispuestos a entregarse al fulgor de esa explosión. 

Bruno Dubner

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